CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


domingo, junio 23, 2019

CINCO CENTÍMETROS POR SEGUNDO

  Cinco centímetros por segundo es la velocidad a la que caen los pétalos de las flores de los cerezos. Tal es la obsesión por computarlo todo que hasta las más azarosas pautas de la madre naturaleza, son encorsetadas por los maestros del control, los nipones. Sería saludable que calibrásemos todo de una forma más humana, y menos matemática, más romántica y menos digital. Buscar nuestras propias mediciones, demostrando que no necesitamos ningún tic-tac para comprender: que los besos imborrables son aquellos que duran una mirada. Que un paseo ocupa el mismo tiempo que las veinte caladas que necesita un cigarro para dejar de existir. Que los enfados no deben invadir ni un segundo de los silencios que suceden a las disputas. Que ni el paro debiera ser el único okupa de nuestros días, ni el trabajo, un ratero que nos hurte la compañía de la gente que queremos. Que las mejores conversaciones son las que duran el mismo tiempo que una botella de buen vino compartida. Que los sueños son alas si viven lo justo,  pero si malviven demasiadas  lunas, acaban siendo ancla. Que inclinar la cabeza dure el tiempo necesario para firmar la paz, pero hay que erguirla de inmediato, para recuperar la vertical dignidad. Que cocinemos la vida a golpe de puñaditos, pizcas, y mihitas, y no de gramos, centímetros o segundos. Que las lágrimas sirvan para deshacer los suspiros, sin que nunca superen el largo de las sonrisas. Que una mentira no respire más allá de los labios que la emiten. Que la vida no sea una sucesión de cumpleaños, ni siquiera de consecuciones: ya tengo el coche, ya tengo la casa, ya tengo el fondo de inversión, ya tengo el segundo coche…así hasta,¿y para qué quiero ahora todo esto?
 Manolo Martínez

domingo, junio 16, 2019

A MI NO ME IMPORTÓ


“…primero se llevaron a los negros, pero a mí no me importó, porque yo no lo era,  en seguida se llevaron a los judíos, pero a mí no me importó, porque yo tampoco lo era, después detuvieron a los curas, pero como yo no soy religioso, tampoco me importó, luego apresaron a unos comunistas, pero como yo no soy comunista, tampoco me importó. Ahora me llevan  a mí, pero ya es tarde.”

  Con estas palabras escritas por Martin Niemoller en su libro “Del submarino al púlpito”, el autor se pregunta si estos versos hubiesen tomado voz en su púlpito y otros púlpitos, ¿habrían cambiado muchas cosas del holocausto nazi, época en la que se gestó el mismo? Al parecer sólo nos moviliza cuando el asunto nos toca de lleno a nosotros. Yo escuchaba decir a un conocido mío aquellos de primero yo, después yo, y luego yo Independientemente de lo triste que pueda parecer esa aseveración, lo que realmente le pone a uno la piel de gallina, es pensar que nuestros hijos se están contagiando a niveles peligrosos de esa didáctica estúpida del egoísmo. Funciona en cuánto que nos quitamos de encima un montón de problemas. Ni tenemos que ayudarle a cambiar la rueda al vecino, ni pasar el mal rato donando sangre, ni siquiera dar un tetrabrik de leche a quienes a menudo llaman a nuestras puertas pidiendo algo para comer. Ni hablar por supuesto de interesarnos por la situación laboral, económica de un amigo o conocido que sabemos que
lleva más de un año parado, no vaya a ser que nos pida algo. Qué se las avíe, que yo con lo mío tengo bastante. Pero mañana me puede tocar a mí, o lo que es mucho peor, a un hijo mío. ¿Que diré yo cuando le den con la puerta de la indiferencia en la cara?, o ¿qué sentirá él cuando vea que a nadie le importa su situación, porque, entre otras cosas, nunca vio a su padre movilizarse por nada que no fuera para su propio beneficio? …por ello insisto, “primero se llevaron a los negros, pero a mí no me importó porque yo no lo era, enseguida se llevaron a los judíos, pero a mí no me importó porque yo tampoco lo era…” 
                                                                                                                                     Manolo Martínez

domingo, junio 09, 2019

COTURNOS


"Los hombres se han hecho los amos del mundo. Los hombres han domesticado animales. Los hombres han penetrado en la jungla, e incluso han observado la luna y los planetas, pero todavía hay un lugar en el mundo, donde ningún hombre ha puesto jamás el pie, y dónde ni siquiera se le ha permitido mirar" (E. Lubitsch).

 Ese inescrutable territorio, es el pensamiento de las mujeres. Puede que nos de alguna pista, no más sobre sus discernimientos, una de sus más reconocidas obsesiones, los zapatos, y en concreto, un modelo de calzado que hace años se puso de moda entre las féminas, los coturnos. Nacieron los coturnos en la antigua Roma, y  era un calzado formado por unas suela de corcho y sujetos por cintas de cuero, siendo los actores que representaban las tragedias griegas, sus principales usuarios. La función de estos coturnos eran proporcionarles una falsa altura a aquellos comediantes que interpretaban a personajes nobles, para que su estatura descomunal impresionara al público. Algo así como las famosas, y disimuladas, alzas de Sarkozy. Hoy las zapaterías se inundan con estos coturnos, con infinidad de correajes que nacen en los dedos del pie, y ascienden por el tobillo trabándose, y trepando como una buganvilla de cuero, que se enreda en cada centímetro de pierna depilada que escala, para acampar dos suspiros antes de llegar a la montaña del jadeo. Esa sinuosa forma de vestir los pies es bastante ilustrativa acerca de la forma de proceder el cerebro femenino que, por mucho que se empeñen otras formas de pensar, difiere del discurrir masculino. No es mejor ni peor, sólo diferente. Los hombres luchamos, peleamos, bregamos, nos enfrentamos a cada contrariedad de la vida como si fuera un león al que hay que vencer ante de que nos devore. Las mujeres cogen el mismo problema que a nosotros nos mortifica y, como las tiras de estas sandalias romanas, se deslizan, sortean, burlan, y se sujetan al inconveniente abrazándolo, mediando, terciando, aquietando el aprieto. Como las reatas de los coturnos, no eligen el camino más corto, pero seguro que es el más rentable, y sino que se lo pregunten a Mary Paz.
Manolo Martínez 

domingo, junio 02, 2019

HAY CASI TREINTA MIL CARMONAS

                                               
                                                 (Foto de María de Gracia Carrera)


Para los egipcios el cielo era un plano sólido que se apoyaba por medio de cuatro puntales sobre otras tantas montañas. Para los hindúes la Tierra se sostenía sobre los lomos de cuatro elefantes enormes situados sobre el dorso de una tortuga.

¿Y Carmona? ¿Qué, o quién, aguanta o sustenta, a esta ciudad?
Si aparcamos su historia y su patrimonio histórico artístico (aparcamos del verbo aparcar, que no aludo al olvido, desagradecido término); y si la desnudamos (del verbo quitarle los manoseados y chauvinistas adjetivos, que durante siglos la han disfrazado), puede que nos encontremos una Carmona distinta a la que vendemos en los panfletos, y en otros espejos de feria, que tantas veces distorsionan el verdadero rostro, la esencia, y el alma de lo ofertado.
Carmona se posa desigual sobre sus arrugas pétreas y milenarias, y es en estos pliegues, sedimentados y erosionados siglo tras siglo, donde subyacen los auténticos pilares de la ciudad, sus contradicciones. Carmona es arrogante y estirada, como una mocita requerida, y áspera, como una desamada. Carmona es voluble y caprichosa, como una donna antojadiza que, no pocas veces, elige las propuestas foráneas, desestimando la de sus propios hijos.
La topografía del pensamiento y sentir de los carmonenses es compleja. Puede que no sea más que la adaptación a la geografía en la que se desenvuelve: la estrechez de sus calles, las cuestas, las bajadas, la llanura de la vega y la encrestada orografía de su casco antiguo, hace que el vecino esté en una continua contradicción física, que propicia que el carmonense se adapte al medio para sobrevivir, y piense y actúe según le convenga, atendiendo al relieve de las circunstancias.
Carmona, por más que lo anhele, no sólo es su Alcázar y su Puerta de Sevilla, ni la Puerta de Córdoba, ni sus museos, ni sus casas palacios, ni sus conventos e iglesias, ni siquiera esos cacareados cinco mil años de historia que todos nos echamos a las espaldas como mercachifles de segunda división para exhibirlos por doquier. Todo eso no es más que una porción de la urbe, pero no sigamos identificando el todo por la parte. No, Carmona no es un perenne recuerdo, ni una insana nostalgia, ni una llovizna de murria. Carmona son casi treinta mil corazones pensantes que cada día se levantan con una sonrisa, con un problema que resolver, o con un proyecto por escalar.

Muchos de estos carmonenses no tienen tiempo de extasiarse ante una puesta de sol desde el Parador, porque son demasiadas las lunas que testifican sus desvelos, por no tener un puesto de trabajo. A esta Carmona no le quitan el sueño los fenicios, los romanos ni la Tumba del Elefante.
Necesitan, primero, poder pagar su hipoteca, el recibo de la luz y el del agua. Luego, ya vendrán los embelesamientos, las contemplaciones y los poemas con versos de piedras.
Aún así, y a pesar de las obvias prioridades, Carmona ondea su altanería, y elige vestir de domingo, aunque sea lunes. Nos puede el empaque. Nos gusta el postureo más que las papas con chocos, el quiero y no puedo de toda la vida.

Desde Santiago a San Francisco y desde la Plaza de San Fernando a la Alameda, el modus vivendi se va permutando con el pavimentado. Así, los carmonenses van acomodando su pisada a la piedra o al asfalto, al adoquín o al albero, sin perder de vista en ningún momento que, todos miramos el auténtico, y suave, suelo de nuestro pueblo, su cielo. Ese, en el que las campanas comparten rumores, alrededor de una mesa camilla con forma de nube. Ese al que, los creyentes, elevan sus súplicas cada novena. Ese cielo que, cuando ríe sol, milagrea la Vega y torna semillas en el sustento de nuestras vidas. No hay una Carmona. Hay tantas como almas, y tantas como días.

Cada vez que la luna enciende su sonrisa allá arriba, la memoria empieza su paseo aquí abajo. En las azoteas, en los balcones y bajo las sábanas, Carmona hace balance de la jornada. Los más pequeños repasan sus logros, las regañinas y los proyectos por cumplir. Nosotros, los que nos vanagloriamos de ser adultos, contabilizamos la vida de forma más aburrida: números, desencuentros, envidias…tonterías. También hay quién propone, que la mejor liberalización posible, sería liberar una hora nuestra para ofrecérsela a nuestro pueblo a cambio de nada, parafraseando al pichabrava pero idolatrado Kennedy, la pregunta no es ¿qué puede hacer Carmona por ti, sino qué puedes hacer tú por Carmona?
( A mi padre )
Manolo Martínez

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