Cuando te sobrepasa el trabajo, o las tareas domésticas, o todo un poco, no hay nada como gritar con Kiko: "¡Cállate, cállate, cállate...que me desesperaaasss!", y luego, sin solución de continuidad, escuchar la templada voz del maestro. Este señor es patrimonio de nuestro bienestar. Deberíamos subirle a los altares del buen karma, por la "carma" que nos da. Escucharle te aporta las misma serotonina que una caricia y una sonrisa.
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