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sábado, mayo 31, 2025

COMO MORIR EN UNA COMUNIÓN POR MOR DE LA CORBATA


"Soy experto en batallas. En perderlas. Todas” 

Esto fue lo que dijo Kurosawa en “Los siete samurais”, y así me sentí yo en aquella comunión de tanta caló.

Primero intenté escaquearme, pero perdí la primera batalla porque la madre del niño vestido de almirante era de la familia (o ibas o disgustabas a la familia).

Mi segunda ofensiva fue intentar ir sin el traje temiéndole a los treintaytantos grados largos que marcaba el termómetro, pero de nuevo fracasé. ¿Cómo vas a ir a una celebración tan importante en camisa?

Aún me quedaba un intento, el de no ponerme la corbata porque me parecía inhumano con aquel calor. “Sin corbata, y con traje, parecerás un cantaó”, me dijo mi mujer, que por cierto no llevaba corbata.

Cuando rodeé mi cuello con la corbata (teniendo en cuenta el diámetro alcanzado por éste, por un exceso de rameaos y una falta de ronda norte), al deslizar el nudo hacia arriba para ajustarlo, el final de la corbata se quedó a la altura de mis pezones, hasta el punto de que parecía mi lengua, en vez de mi corbata.

A las cinco de la tarde, con un cubata en la mano, la punta de la corbata cada vez más cerca de mi barbilla, y mis ojos cada vez más fuera de las cuencas, me acerqué al diminuto almirante, eché un vistazo a mi alrededor para asegurarme de que nadie nos miraba, y entonces le di un sopapo con todas mis ganas mientras le decía entre dientes:

    Ésta me la pagas

                                                                   Manolo Martínez

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