Cuando paso por la calle “El caño” me quedo en modo quieto/parao al llegar a la otrora taberna de “La Alberca”.
Miro a un lado, miro al otro, y si no viene nadie, pego la oreja a la puerta, por si escucho al pasado.
Y sí, aún se puede oír el bendito jaleo de aquella antigua taberna.
Bajo la morera, un puñado de parroquianos le parten la boca a reyes, sotas y caballos, estrellándolos contra las mesas de hierro, mientras ganan o pierden la convidá jugando a la ronda.
Cervezas, papas fritas y chochitos, era el menú del día en aquel templo etílico en el que convivíamos durante el verano: jubilaos, paraos, estudiantes ociosos de bachillerato y algún ganapán.
Manolo Martínez
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