Con quince años crees que te vas a comer el mundo, pero, a partir de los cincuenta compruebas
que es el mundo el que te come a ti, a bocaítos, como si fueras una galleta Oreo.
Hay días que uno se levanta, tira un puñao de paja/intenciones al aire, por ver pa dónde van a ir
los vientos y, aquellas, te caen encima como la cagada de una gaviota mientras miras extasiado el mar.
A partir de ahí enarcamos el lomo como un gato cabreado para, de golpe y porrazo, convertirnos
en aspirantes a mala persona, asumiendo a nuestro pesar, que, aparentemente, a los malos siempre les va mejor.
Nos subimos el cuello de la camisa hasta las orejas, nos ponemos unas gafas de sol de los
cincuenta, y colgamos un cigarro sin encender en la comisura de los labios.
¡Hijos de puta del mundo, hacedme un sitio!
Manolo Martínez
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