La importancia de las cosas no la determina la propia cosa, sino la circunstancia. Es la magia de la edad, la cándida inocencia y el porqué de lo que hacemos, lo que realmente mide el valor del acto.
¿Hay algo más importante que hacer un círculo con los dedos índice y pulgar y buscar el sitio exacto por el que pase el chorro de agua que sale del grifo sin que nos salpique una sola gota de agua?
Pues no cuando eres un niño y estás atrincherado en el cuarto de baño esperando a que se le pase a tu madre el cabreo por una trastada que acabas de hacer.
¿Y qué intenta ver el niño que mira a través de los rollos de papel higiénico? Un adulto diría, que se ha buscado el mejor telescopio para ver que el mundo está hecho una mierda, pero no es esa la respuesta. La verdad es que ese niño ve todo cuánto quiera ver por ahí, porque así lo marcan las leyes de la bendita infancia dónde todo está a la mano, sólo hace falta querer.
Hace nada leí en las redes esta reflexión: “Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean tiempos fáciles. Los tiempos fáciles crean hombres débiles, los hombre débiles crean tiempos difíciles”
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