CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


domingo, noviembre 13, 2011

SIGUIENDO A LA MANADA

Refugiándonos en la definición de manada como el conjunto de animales de la misma especie, generalmente salvaje, que están juntos, o se desplazan juntos, entre tú y yo, ¿a que también sigues a la manada? No lo niegues, si sólo es un instinto natural de pervivencia, no hay porqué avergonzarse de lo que forma parte de la naturaleza. Hay que sobrevivir, y para ello, nada como mimetizarnos con el grupo, unir nuestra voz a las mayorías, vestir los últimos vaqueros que lleva Brad Pitt, y cuando llega Navidad, ver Mujercitas e inundarnos la cara de besos que saben a gambas, tabaco, y al Rioja que al cuñado le ha sobrado de la cesta que le regalan en el trabajo. Seguimos a la manada, porque es más fácil vivir sin disentir, sin alzar la voz, sin dar un guantazo en la mesa, o sin sacar los pies del tiesto. Eso es para esa gente rara, indignados, hippys, gente con zarcillos en las ideas. La manada se mueve por impulsos: allí hay agua, allí hay amor, allí hay votos, allí voy. Y, como de lo que se trata es de hospedarse en los días, de sostenerse, de habitar algún deseo, de tirar, ¿para qué decir lo que verdaderamente pensamos, o sentimos?, mejor callar y tirar palante, como sea. Es más liviano permanecer con la manada, es más llevadero decir sí wana. La realidad, es una maratón para la que no siempre estamos preparados. Por esto, refugiarse en la manada, es un recurso para intentar llegar vivos a la muerte. Lo peor es cuando, sin saberlo, la manada pasa a ser rebaño, cuando, los balidos ocupan el mismo aire, que hace nada ocupaban los rugidos, que aunque, de manada, al menos tenían empaque.

- Mira que te dije que pidieras anís de los Hermanos, que esto es garrafón, y mira las cosas que dices.

- Bueno, vámonos a votar antes de que se me pase.

jueves, noviembre 03, 2011

MI PINZA MORADA

Mi pinza morada:

¡Que frío hace aquí arriba! Desde la azotea veo toda la bahía pero mientras oteo hacia el sur, el viento
del norte me hiela el cogote y me anuncia que, corto pero con brío, Febrero está llegando. Si fuera capaz de
creer en San Valentín, si olvidara, por unos momentos, su reclamo comercial, quizás te escribiría una carta. Se estaba tan a gusto en la habitación del ordenador que pensé en olvidarme que, hacia rato, la vieja lavadora había dejado de zumbar, quejicosa, tras centrifugar a duras penas una ristra infinita de pequeños calcetines de colores, un ejército húmedo de braguitas y minislips pulcros, derrotados por la acción del detergente. Y tuve que elegir una vez más entre la literatura o el barreño.
Desde que comenzamos a vivir juntos y empecé a subir a la azotea por comandita amorosa no escrita –
yo lavo, tiendo y recojo; tú planchas y ordenas- , me entretengo en personalizar los colores de las pinzas: tú
siempre has sido el morado y yo, el rojo. Luego vinieron Ramón y Estrella que fueron verde y azul,
respectivamente, y esta especie de sinestesia familiar mía se hizo mucho más rica y complicada. No recuerdo
cómo ni cuándo empecé con este juego pero me gusta imaginar el diálogo que mantienen al surgir de dos en
dos, azarosas, de la vieja bolsa de tela. Me agrada que la primera vez salgamos juntos, en pareja: es para mí
señal inequívoca de que ese día caminaremos a compás y , cuando salen seguidas sólo rojas o moradas, me
paro a temerme rencillas venideras. ¡Te sorprendería el ajetreo de coco que me traigo mientras tiendo la
ropa!Cuando los más peques se expresan amor en la guardería o en la arena del parque, comparten sus
mocos que luego, cuando tengan edad y MP3, se convertirán en lágrimas al oír las canciones de Alejandro
Sanz – lo que en nuestra adolescencia eran versos de Bécquer o Neruda , que horror - y anuncian la furiosa
pasión de la juventud, tan reciente la tuya, tan lejana la mía…
Cercano yo al medio siglo, con diez febreros amarrado a tu cintura y dos ramitas verdes chupándonos
la savia , la paz y el cariño, descubro que mi amor se ha convertido en la dulce rutina de cruzar fronteras
contigo, explorar de tu mano, tan novata como la mía, territorios que nunca imaginé visitar: continentes tan
importantes como tu cuerpo sí, pero también patrias tan cercanas como la cocina y la lista de la compra,
parajes necesarios como las tutorías o el pediatra; enfrentarnos en el camino con piojos, lágrimas y bacterias, y pasear a Rizos por el pinar y subir cada día a la azotea a escribir en el viento la crónica inquieta o satisfecha del presente, del trabajo y la vida compartidos, a adivinar ansioso el futuro en el desfile de las pinzas de plástico.Y hoy me emociono,¿sabes?, porque en el fondo de la bolsa sorprendo dos de ellas escondidas, acolleradas, morada y roja, mordiéndose las bocas en amoroso pellizco. ¿Las pusiste tú así? ¿Te conté, alguna vez, detalles de mi juego loco? No, seguro que no . Fue el azar, incierto pero nunca casual, o quizás quedaron así como rastro de algún juego párvulo, de algún asalto infantil y clandestino a la bolsa. Sea como fuere, me susurra el viento, mi amigo rey de los terrados, que las deje así, amantes furiosas, aunque mis calcetines blancos se queden huérfanos de cuerda y sol: ¡ qué presagio mejor , qué confortable retaguardia encontraré que supere a su furioso abrazo en el fondo mi talega de los augurios!
Te quiero en el viento que, al fin, me escolta y me expulsa de la azotea acarreando el barreño, renovada su carga con las sábanas secas que cambiamos el fin de semana, mientras azuzo a Rizos – ella, la última en llegar, es , en mi juego, la única pinza de madera que habita la bolsa - para que baje los escalones con el baile lento de sus patitas peludas; te quiero en el olor a suavizante, en los versos, las canciones y en la cantinela cansina de las tablas, en el repaso cotidiano de las lecciones de “Cono” o de “Mates”. Amarte- aún estoy, estamos, aprendiendo - es compartir los besos y la vida, el detergente, la cuenta corriente y los abrazos, los amaneceres en el mar y las madrugadas insomnes contra la fiebre y los vómitos, las banderas mil veces quebradas y otras tantas remendadas de nuestras utopías- las pequeñas, las gigantes - y la cabalgata semanal de la ropa blanca en el terrado. Debía haberte escrito todo esto en una carta pero Rizos ya raba a mi alrededor pidiendo aire libre y la ropa tarda más en secar al sol de Febrero y lo que tocaba de verdad, de verdad, era tender la ropa. Te quiero.

La pinza roja

( Juan Rincón Ares)

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