A estas edades, que no es ni mucha ni poca, es la que es, (y con ser ya es un regalo), uno acaba disfrutando de las relecturas más que de las primeras lecturas. Ocurre con todo. Con los libros, con las relaciones, con los paseos, hasta con las conversaciones con los amigos, en las que uno busca deleitarse más contando batallitas pasadas que con las novedades. Me imagino que esto ocurre por la perspectiva. Con los años uno viste con cariño los recuerdos, con tanto, que incluso los adornamos con circunstancias que nunca ocurrieron, pero que quedan bien en el conjunto del relato. Uno se vuelve más tolerante, más suave, y se asoma a las historias con otra mirada. Los reyes me han regalado hoy el acordarme de este libro que un gran amigo me aconsejó en 2004. Lo que leo quince años después no es igual, aún siendo el mismo libro. Y ahí está la magia de la relectura. Es un libro que habla de cine y de filosofía, habla de películas imperecederas y de lo que dicen sus personajes entre líneas. Es un buen libro al que los quince años pasados no le llenaron de arrugas sus mensajes, sigue tan terso como su aparatoso título.
Si eligen este libro para su primera lectura del año será como si estrellasen la botella de champán contra el 2020 para inaugurarlo. Pasen y lean.
Manolo Martínez
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