CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


domingo, agosto 14, 2022

EL KIKI

 

La faena del Kiki era la de acarrear arena con sus borricos, y para ese ministerio contaba con una flota formada por cinco o seis asnos.           

          A menudo, la dureza del trabajo hacía que, entre porte y porte, el Kiki parara a repostar en la tabernilla de Aroca. Mientras duraba el llenado, sus burros le esperaban estoicos en la misma puerta de la taberna. 

           Al cabo del tiempo salía el Kiki, cargado, bien cargado. Entonces empezaba un monólogo con los ojos casi cerrados, como memorizando, con un palillo empadronado entre sus escasos dientes, una vara atravesada en la presilla de su pantalón a modo de espada, la gorra hacia atrás y la moña hacia delante. 

De esta guisa le daba órdenes, ininteligibles para nosotros, a sus burros. Luego se enfilaba con su caballería hacia una bardilla que, aún hoy existe, frente a la iglesia de San Francisco. 


         El Kiki se obstinaba en que los borricos cruzaran la bardilla como si fueran una camada de perritos pekineses amaestrados.           

Era sistemático. Primero les proponía con la voz y luego les convencía con la vara. El burro conseguía colocar sus patas delanteras en aquella estrechez de cemento, pero, protestaba con un rebuzno, en cuánto su domador insistía para que subiese las dos patas rezagadas. El más difícil todavía.

Estoy seguro de que Pablo Neruda conoció al Kiki antes de componer aquel verso que decía “y te lo tragaste todo, como la lejanía”. Eran otros tiempos, otras faenas extremadamente duras, y otras maneras de entender el mundo.

Manolo Martínez

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