CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


sábado, julio 26, 2025

BIOGRAFÍA DE UNA GAMBA


Yo iba para gamba de feria, de esas que entregan su alma, cocida o a la plancha, entre cantos y palmas, (como en un funeral gospel), de cualquier caseta. Pero mi padre, que era un santo, se sacrificó y me dio estudios. Me metió en un colegio, de esos que nos vestían con faldita corta, de cuadros, y calcetines hasta la rodilla, bueno, en mi caso, hasta los pleópodos. 

 Mientras estudiaba, y como gamba que soy, me dejaba llevar por las corrientes. Unas me empujaban hacia un lado, y otras para otro, para, al final, acabar leyendo a Juan Salvador Gaviota. 

Pero, en realidad, me comprometí con los míos, al observar los ascos y remilgos que muchos humanos mostraban al desnudar a mis parientas, para, a renglón seguido, trocar aquella náusea contenida, en complacencia y gozo, cuando, tras desvestirlas primero y decapitarlas después, besarlas con fruición  hasta succionarle las entrañas. 

No había duda de que se trataba de  algún rito satánico. Yo, por si acaso, me hice acompañar durante años por un exorcista. 

Pasaban los años y, pese a mi vasto currículum, mi gambografía se ceñía al sellado de la tarjeta del paro y a los cursos de formación impartidos por el antiguo INEM hoy SEPE, amén de algún coktail de mírame y no me toques, que cobraba por horas. Realicé tantos cursos que el Ministerio de Trabajo me concedió la Medalla de Oro al parado más instruido, con la distinción Cum Laurel. 

Pero, tanta titulación, y tan poco currelo, acabaron por deprimirme, circunstancia para la que me recetaron otro cursillo, éste, de relajación y control de la respiración. Allí me adiestraron en  el arte de sonrojarme, o palidecer, a mi voluntad, a través del dominio de mis inspiraciones y espiraciones. Me dieron, de esta forma, las llaves de mi destino, ya que podría mostrarme coloradita y, por tanto, apetitosa, o de ese color azulverdoso que echa para atrás hasta al más hambriento. 

La adquisición de esta habilidad, junto con mis estudios, acabaron indultándome en muchas ferias, comuniones y bodas, convirtiéndome en una gamba longeva pese a mi exquisita procedencia. 

Ahora, en contraprestación a mis años de inactividad, doy conferencias sobre Mente y Gambas. Por primera vez en mi vida tengo una nómina, nómina con la que  pago el McDonald a mis nietos. Cest la vie. 

Manolo Martínez

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