Pero, ¿dónde? Agucé el oído, me volví a inmovilizar y de nuevo el silencio. Eran listos los jodíos. En cuánto dejaban de escuchar mis pasos y, a sabiendas de mi intento de localizarles rastreando sus vocecillas chillonas, se callaban. Pero ya no podía irme a correr tranquilo. Tenía ratones en la casa.
Allá donde entraba los chillidos me acompañaban: en el salón, la cocina, la cochera, el baño…¡ostia, tenía la casa minada de roedores!
Pero algo no cuadraba. Mientras yo andaba los ratones hablaban, y en cuanto me quedaba quieto, callaban. Entonces se hizo la luz en mi sesera.
No es que hubiera ratones por toda la casa, es que los ratones estaban en mis zapatos. Por eso, cuando yo caminaba, les pisaba, y chillaban, y al quedarme quieto, se relajaban.
¡Ostias, ostias, ostias! Me quité los zapatos con los propios pies. No quería tocarlos siquiera, y los lancé al patio, lejos de mí. Tras unos segundos, esperando que salieran los puñeteros bichos, procedí a la inspección de mis zapatillas de deporte descubriendo, ¡oh bochornoso hallazgo¡, que las cámaras de aire de mis zapatos estaban pinchadas, y al andar yo expulsaban el aire, emitiendo unos pitidos que mis pocas luces habían confundido con chilliditos de ratones, de ahí que "los ratones! fuesen dónde yo iba, y callasen cuando yo me quedaba quieto. Pa haberse matao.
Esto ocurrió realmente una mañana de domingo del año de nuestro señor dos mil quince, el mismo año que la Pantoja obtenía su primer permiso carcelario, Lituania ingresaba en la eurozona y Carmen Gahona fue a Supervivientes.
Manolo Martínez
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