A veces la vida nos manda, voceándonos de formas muy diferentes, “pararse ahí”. Es su forma de decirnos, como los buenos capataces, descansa y coge aire, que aún nos quedan varias chicotás hasta recogernos.
Los recuerdos son unas de esas paraítas tan necesarias para entender como van cambiando las cosas, ni a mejor ni a peor, a otros cauces símplemente.
Por eso no puedo desanudar, la Semana Santa, de las personas, y lugares, que me la descubrieron a lo largo de mi infancia y adolescencia:
Los soldaítos de los Salesianos, la salida de San Pedro en rebequita, las quedadas con los amigos en los billares de Matarrucho para ir a ver las cofradías, la Banda de Magaña, Matute y Francisco Macías, nuestro misionero, en segundo de bachillerato, Campanilleros, los primeros cigarros y las primeras novias, Aguditas, Gamero el Viernes Santo a las tres del mediodía (hoy las quince), el sol resbalándose por la lonja de Santa María...
... el Triguito de chaqueta y cántaro aliviando la sed de los costaleros, Amargura, el racheo por la calle del Sol, el Silencio en las Hermanas de la Cruz, La Barca y la cerveza negra con pringaíta, poner de excusa que queríamos ver la recogida de todas las cofradías, cuando lo que queríamos es que dejaran hasta más tarde a las niñas que roneábamos.
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