
Si los hijos tuvieran una ventanita en la cabeza por la que los padres pudiéramos mirar, sería lo más.
Pero, esta malsana petición no llegaría muy
lejos, porque ya se encargarían nuestros retoños de ponerles visillos y
cortinas, tapa luces y pestillos que protegieran el bien más preciado que una
persona tiene, el único, que ningún gobierno, banco o empresario, te puede
expropiar, hipotecar o acallar: tu pensamiento, aunque sea desacertado, tarea de
los padres es reconducirlo.
De hecho, hay
una tribu en África, que cuando alguien se equivoca, o incumple las normas de
convivencia, lo ponen en medio de la aldea, y durante dos días, le dicen todas
las cosas buenas que esa persona ha hecho. Creen que si alguien no obra
adecuadamente es porque las circunstancias le han llevado hasta allí, pero que,
en el fondo, todos venimos al mundo con el disco duro lleno de buenas
intenciones. Terapia de tribu.
Que es lo
mismo que nos hacían las abuelas cuando después de liar una trastada, nos
rescataban de nuestras madres para achucharnos y mecernos entre sus brazos,
diciéndonos:
—Ea…ea…ea... si mi niño
es mu bueno…ea…ea...ea…, ¿a que no lo va a hacer más?
Mientras tú, aprisionado por los brazos de tu abuela,
tenías un ojo lleno de lágrimas y el otro entreabierto, como diciendo «¿que no…?, en cuánto me sueltes la lío
otra vez»
Nada hay parecido al oficio de padre, bueno sí,
trapecista, pero sin red.
Manolo Martínez

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