En la sala de profesores tocan clarines. El miedo
disimulado y los machos bien atados. Reliados
en su capote de paseo los maestros se persignan, se miran entre ellos y se
desean, con una mano abierta al cielo, suerte,
maestros.
Septiembre.
Comienza una nueva temporada. En la barrera del 7, esperan exigentes (para eso pagan), las asociaciones de
padres. En el tendido de sol, sudando la gota gorda, los sufridos padres. Y en
el redondel de la clase, ese cada vez más encastado toro negro zahíno, bragao y
astifino que es la educación.
Toreros, gladiadores del
siglo XXI, los maestros han sido desprendidos de toda autoridad disciplinar.
Mil y un tentáculos sociales le aprisionan sin dejarle respirar. Y hemos pasado
del
don Juan al
juanillo. De la letra con
sangre entra a “…es que el maestro la
tiene tomada con él “.
El niño demanda un punto de referencia.
Necesita de un maestro respetado, no de un amigote. El maestro es el maestro.
No le liemos los esquemas a las mentes infantes. La sociedad precisa de su madre nutricia, doña
educación. Es la que amamanta a ese ejército de pequeños dictadores de entre 4
y 15 años.
Nuestros
hijos tienen su cuarto repleto de juguetes y vídeos, y sus mochilas llenas de derechos sin obligaciones. No podemos toserle a un mocoso de 6
años. Ni padres ni maestros son referentes ni pilares. Se invirtieron los
papeles. Ellos mandan, la rebelión
de la granja.
No estamos educando, estamos creando un mundo de
irresponsables, consentidos, llenos de privilegios. Les hemos robado las
ilusiones, la imprescindible lucha por conseguir metas. Todo se lo damos hecho a cambio de un beso.
No es ese el
camino. Por su felicidad, metamos también en sus mochilas, responsabilidades y
obligaciones, y sobre todo, un bocadillo
diario de RESPETO A LOS EDUCADORES. La
educación es el mayor de los cortijos que podemos dejar a nuestros
hijos. Arrimemos el hombro, respetemos nosotros primero a los maestros. Ya va siendo hora, crezcamos (por dentro)
Manolo Martínez
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