(Foto de María de Gracia Carrera)
Para los egipcios el cielo era un plano sólido que se apoyaba por medio de cuatro puntales sobre otras tantas montañas. Para los hindúes la Tierra se sostenía sobre los lomos de cuatro elefantes enormes situados sobre el dorso de una tortuga.
¿Y Carmona? ¿Qué, o quién, aguanta o sustenta, a esta ciudad?
Si aparcamos su historia y su patrimonio histórico artístico (aparcamos del verbo aparcar, que no aludo al olvido, desagradecido término); y si la desnudamos (del verbo quitarle los manoseados y chauvinistas adjetivos, que durante siglos la han disfrazado), puede que nos encontremos una Carmona distinta a la que vendemos en los panfletos, y en otros espejos de feria, que tantas veces distorsionan el verdadero rostro, la esencia, y el alma de lo ofertado.
Carmona se posa desigual sobre sus arrugas pétreas y milenarias, y es en estos pliegues, sedimentados y erosionados siglo tras siglo, donde subyacen los auténticos pilares de la ciudad, sus contradicciones. Carmona es arrogante y estirada, como una mocita requerida, y áspera, como una desamada. Carmona es voluble y caprichosa, como una donna antojadiza que, no pocas veces, elige las propuestas foráneas, desestimando la de sus propios hijos.
La topografía del pensamiento y sentir de los carmonenses es compleja. Puede que no sea más que la adaptación a la geografía en la que se desenvuelve: la estrechez de sus calles, las cuestas, las bajadas, la llanura de la vega y la encrestada orografía de su casco antiguo, hace que el vecino esté en una continua contradicción física, que propicia que el carmonense se adapte al medio para sobrevivir, y piense y actúe según le convenga, atendiendo al relieve de las circunstancias.
Carmona, por más que lo anhele, no sólo es su Alcázar y su Puerta de Sevilla, ni la Puerta de Córdoba, ni sus museos, ni sus casas palacios, ni sus conventos e iglesias, ni siquiera esos cacareados cinco mil años de historia que todos nos echamos a las espaldas como mercachifles de segunda división para exhibirlos por doquier. Todo eso no es más que una porción de la urbe, pero no sigamos identificando el todo por la parte. No, Carmona no es un perenne recuerdo, ni una insana nostalgia, ni una llovizna de murria. Carmona son casi treinta mil corazones pensantes que cada día se levantan con una sonrisa, con un problema que resolver, o con un proyecto por escalar.
Muchos de estos carmonenses no tienen tiempo de extasiarse ante una puesta de sol desde el Parador, porque son demasiadas las lunas que testifican sus desvelos, por no tener un puesto de trabajo. A esta Carmona no le quitan el sueño los fenicios, los romanos ni la Tumba del Elefante.
Necesitan, primero, poder pagar su hipoteca, el recibo de la luz y el del agua. Luego, ya vendrán los embelesamientos, las contemplaciones y los poemas con versos de piedras.
Aún así, y a pesar de las obvias prioridades, Carmona ondea su altanería, y elige vestir de domingo, aunque sea lunes. Nos puede el empaque. Nos gusta el postureo más que las papas con chocos, el quiero y no puedo de toda la vida.
Desde Santiago a San Francisco y desde la Plaza de San Fernando a la Alameda, el modus vivendi se va permutando con el pavimentado. Así, los carmonenses van acomodando su pisada a la piedra o al asfalto, al adoquín o al albero, sin perder de vista en ningún momento que, todos miramos el auténtico, y suave, suelo de nuestro pueblo, su cielo. Ese, en el que las campanas comparten rumores, alrededor de una mesa camilla con forma de nube. Ese al que, los creyentes, elevan sus súplicas cada novena. Ese cielo que, cuando ríe sol, milagrea la Vega y torna semillas en el sustento de nuestras vidas. No hay una Carmona. Hay tantas como almas, y tantas como días.
Cada vez que la luna enciende su sonrisa allá arriba, la memoria empieza su paseo aquí abajo. En las azoteas, en los balcones y bajo las sábanas, Carmona hace balance de la jornada. Los más pequeños repasan sus logros, las regañinas y los proyectos por cumplir. Nosotros, los que nos vanagloriamos de ser adultos, contabilizamos la vida de forma más aburrida: números, desencuentros, envidias…tonterías. También hay quién propone, que la mejor liberalización posible, sería liberar una hora nuestra para ofrecérsela a nuestro pueblo a cambio de nada, parafraseando al pichabrava pero idolatrado Kennedy, la pregunta no es ¿qué puede hacer Carmona por ti, sino qué puedes hacer tú por Carmona?
( A mi padre )
Manolo Martínez
1 comentario:
Felicidades Manuel, para mi Carmona es el recuerdo, la nostalgia, en mis pupilas conservo todo eso que para los que en ella viven, no le dan la mayor importancia.
Un beso
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