Cinco
centímetros por segundo es la velocidad a la que caen los pétalos de las
flores de los cerezos. Tal es la obsesión por computarlo todo que hasta las
más azarosas pautas de la madre naturaleza, son encorsetadas por los maestros
del control, los nipones. Sería saludable que calibrásemos todo de una forma
más humana, y menos matemática, más romántica y menos digital. Buscar nuestras
propias mediciones, demostrando que no necesitamos ningún tic-tac para
comprender: que los besos imborrables son aquellos que duran una mirada. Que un
paseo ocupa el mismo tiempo que las veinte caladas que necesita un cigarro para
dejar de existir. Que los enfados no deben invadir ni un segundo de los
silencios que suceden a las disputas. Que ni el paro debiera ser el único okupa
de nuestros días, ni el trabajo, un ratero que nos hurte la compañía de la gente
que queremos. Que las mejores conversaciones son las que duran el mismo tiempo
que una botella de buen vino compartida. Que los sueños son alas si viven lo
justo, pero si malviven demasiadas lunas, acaban siendo ancla. Que inclinar la
cabeza dure el tiempo necesario para firmar la paz, pero hay que erguirla de
inmediato, para recuperar la vertical dignidad. Que cocinemos la vida a golpe
de puñaditos, pizcas, y mihitas, y no de gramos, centímetros o segundos. Que
las lágrimas sirvan para deshacer los suspiros, sin que nunca superen el largo
de las sonrisas. Que una mentira no respire más allá de los labios que la
emiten. Que la vida no sea una sucesión de cumpleaños, ni siquiera de
consecuciones: ya tengo el coche, ya tengo la casa, ya tengo el fondo de
inversión, ya tengo el segundo coche…así hasta,¿y para qué quiero ahora todo
esto?
Manolo Martínez
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