Hace unos años, cuando les he ido prestando el librito a mis hijos para su primera comunión, me comían los remordimientos cuando pensaba la de brazos, piernas y costillas se santos que pude haber fracturado con mis apretones.
En fin…, los fervores religiosos. Pero, sin duda alguna, lo que más añoro de aquel año que me vistieron de almirante, es mi flequillo. Era un flequillo negro, lacio y largo, muy largo. Aquel mechón tenía vida propia, era como una liana en la que se paseaban mis pensamientos de un lado al otro de mi cabeza.
Aquella mata de pelo se descolgaba valiente para cruzar de norte a sur mi frente y cuando tenía calor yo soplaba y lo veía subir y bajar delante de mis ojos, como aquellas pelotitas amarradas a una guita con la que aprendimos a fumar en pipa.
¡Ay Dios…!, si hasta las oscuras golondrinas vuelven cada año a colgar sus nidos en mi balcón, ¿por qué no vuelven mis greñas a colgar un flequillo en mi frente, por qué..?
Manolo Martínez
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1 comentario:
Porque se cayeron a fuerza de aguantar el peso. Por responder a tu pregunta.
Un saludo
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