Con apenas trece años, todos habíamos idealizado el primer beso, que casi nunca procedía de la primera novia, sino de la más ligerita de cascos del tercio, la de los ojos desnivelados, aquella a la que todos buscábamos como agua de mayo, para estrenarnos en los primeros achuchones.
El dónde y el cuándo: aquellas navidades llenas de tabiques de plástico negro, cuando nos poníamos púo de cubatas de Lirio, porque no teníamos para los de Larios. Era solo un juntamiento de labios, sin lengua, menos mal…
Manolo Martínez
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