Observo desde la perplejidad como a mi alrededor proliferan los
okupas de WhatsApp. Allí se han metido casi dos tercios de nuestros compañeros
de trabajo, más de la mitad de nuestros vecinos y la totalidad de nuestros
adolescentes hijos. Todo esto sin meternos nosotros mismos en dicho saco. Jamás
hubo una invasión tan incruenta como vertiginosa, y un posterior asentamiento
tan vasto como desbocado.
Vivir en Whatsapp es ya, sin lugar a dudas, no un derecho, ni
siquiera un logro adquirido pancarta en mano, sino cuasi una obligación. Whatsapp
es nuestra zona de confort, nuestro universo, nuestro rincón con chimenea una
noche de invierno. Whatsapp te susurra al oído:
- “Sin mí te mueres, no eres naide, pero
naide”
Nececitas decir con absoluta urgencia…no sé…lo que sea…por poner
un ejemplo:
- Mary Puri, ya me compré el
blazer de Zara, el verde vinagre, ¿te
acuerdas?, el que antes estaba en 87
euros y ahora, en la rebaja de la rebaja de la rebaja, se ha quedado en 5,50.
…y esta inaplazable información, esta “Buena Nueva”, se la
escribes en Whatsapp mientras delante tuya hay una cola de cincuenta personas
que vienen a pedir cita para una operación quirúrgica, o hacer una
improrrogable gestión hipotecaria, o quizás mientras te explican en primero de
Biología, la síntesis de la clorofila, usease,
la fotosíntesis. Da igual, todo puede esperar. Todo salvo tu notición (o
patraña), tu acontecimiento rebajero (o estulticia frívola), tu día D (o
gilipollez suprema). Recemos para que los cirujanos sigan teniendo prohibido
wasear, al menos mientras sostengan en la mano el corazón, o el hígado del
paciente en cuestión.
Manolo Martínez
(Desde mi Whatsapp)
1 comentario:
Estar conectado con "wasap" es estar conectado con el mundo, hasta ahí bien, el problema es pensar lo contrario: sin "wasap" estoy sola y perdida (aunque se esté en medio de la Gran Via un sábado a las 7 de la tarde)
Un saludo.
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