CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


lunes, julio 15, 2019

Crónicas de un cateto en el País Vasco ( I )



Los que fuimos niños en los años setenta nunca imaginábamos que cuando tuviésemos la edad que tenían nuestros padres entonces, el pájaro de hierro nos llevaría a la otra punta de España en  el tiempo que necesitas para aparcar por la plaza arriba. Por aquellos años los veranos se llamaban Chipiona, Matalascañas, y la mayoría de las veces, alberca, sandía, filetes empanados y flotador de cámara de rueda de tractor. Hoy las compañías aéreas de bajo coste nos han aburguesado y convertido en viajeros del mundo. Por el precio de dos cervezas con tapa te plantas en el fin del mundo, y eso es una revolución impagable.


En fin, que a las nueve de la mañana estábamos en Sevilla pesando las maletas con Pepe, y a las diez y cuarto estábamos en Bilbao pidiéndole un café a Patxi. Imposible pensar en vasco en tan poco tiempo, y eso que a mí, como buen cateto, se me pega el acento rápido. Aunque me quité la boina al subir al avión, dejé demasiadas pistas en mi look, como el gigantesco tamaño del jugador de polo que cabalgaba sobre mi camisa, mis zapatitos de ante azul, o mis gafas de sol Ray-ban puestas durante todo el trayecto dentro del avión. “Pa comerme” como diría mi madre.


 De Bilbao a San Sebastian en coche tardamos exactamente lo mismo que de Sevilla a Bilbao en avión, nada raro teniendo en cuenta que en las nubes no hay, de momento, ni peajes ni semáforos. Ya en San Sebastian dos visitas obligadas por encima de las demás. Un paseo por la playa de la Concha, “afotito” junto a la baranda blanca, y otro paseo, éste culinario, por la Calle 31 de Agosto, para dejarte ver en el Gandarias, el más concurrido espacio para comer de Donostia, con unos pintxos espectaculares pero a precios normales. El café y el postre hay que tomárselo en el restaurante “La viña”, donde se dice que la tarta de queso es la mejor de España, queda claro que no han probado la de mi mujer. 




Y para echar para abajo pintxos y tarta de queso, subimos al Monte Urgull para ver el Cementerio de los Ingleses y el impresionante Jesús del Sagrado Corazón, amén de la mejor vista de San Sebastian y su playa de la Concha. No le faltan a esa hermosa ciudad rincones para quedarse allí el resto de tu vida: el bullicio del Boulervard, el silencio del Buen Pastor o la oferta cultural del Kursaal, todo esto regado con la premiada cerveza donostiarra Keler.



A menos de media hora de Donostia está Hondarribia, separada de Francia por la desembocadura del río Bidasoa. A dos calles de esta desembocadura está la calle San Pedro conformada por un puñado de preciosas casas de pescadores pintadas de mil colores, y locales de las tan habituales peñas gastronómicas vascas. A lo largo de esta calle me tomé varias cañas de cerveza, y justo en la última, cuando ya la lengua no me cabía en la boca,  me dio por preguntar porque cuando pedía una caña, me servían un vaso que hacía casi medio litro de zumo de cebada, lejos de la pequeña caña a la que estamos acostumbrados por aquí abajo. Me contestaron que la caña andaluza se bautizó en aquellas tierras como un zurito. ¡La ostia Patxi ¡,  ¿y ahora me lo dices, que ya no sé dónde hallome? 

   
   Con esa media moña me fuí a la preciosa Plaza del Obispo, una de las más antiguas de Hondarribia. Nos sentamos justo en el centro de la plaza, dándole la espalda a la estatua del obispo, cuyo nombre no recuerdo. Cambié al vino, no me cabía más cerveza, y en el segundo buchito creí morirme. Primero pensé que el alcohol me había jugado una mala pasada, luego comprobé que la realidad fue la que ví. Un avión pasó tan cerca de la plaza que hubiese podido montarme en él sin despeinarme. Al caballito que llevaba bordado en mi camisa lo reventé contra la tela con mi corazón que se quería salir.
 A escasos metros de allí está el aeropuerto de Hondarribia. ¡Ostia! Compruébenlo si van, verán que no exagero. Quedome claro que la Plaza del Obispo debe su nombre a la necesidad de estar bendecido si pones allí las posaderas, por si un piloto decide tomar cualquier día una copa sin bajar el avión en  aquel fermoso lugar. 
Manolo  Martínez

1 comentario:

Margarita HP dijo...

Desde luego vecino que hay que tener arte hasta para irse de vacaciones. y a vosotros os sobra por "tos los costaos"

Me alegro de ese viaje.

Muchos besos :D

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