Me metí en aquel pueblo colgado
entre el campo y el cielo, como si aquel pueblo fuera mi habitación, un sitio
dónde abrigarme y guardar mis cosas.
En cuánto pisé sus calles me sentí a gusto, como cuando los novios se dicen ternezas.
Entendí que aquel era un lugar dónde los hombres viven y aman, un paraje dónde calmar la sed de paisajes, sentarse a pastorear las emociones y ver pasar la vida despacio.
Fotografía (maravillosa) de Ramón Rodríguez.
Manolo Martínez
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