Uno de los siete goces de la existencia de un hombre es el momento "mepongoelpijama", o "me empijamo".
Luego están, pero muy por detrás: mirar el reloj en el trabajo y que falten dos minutos para salir, el primer trago de cerveza cualquier día de agosto, llegar al Cash Moisés y que no haya nadie y comerte unos “Raviolis Crujientes” en la terraza de “Lolita Fusión”.
Pero ponerse el pijama es una dicha de nivel uno. Recién duchados, y con una mihita de frío, por aquello de apreciar el calorcito del roce de la franela cuando metes el pie desnudo por la pernera del pantalón y lo paseas, despacio, hasta que asoman los cinco dedos por el agujero y los encapuchas con un calcetín gordito del mercadillo antes de decidir si ya toca cortarte las uñas.
Luego, y sin solución de continuidad, aterrizamos el pie en la babucha de paño con el escudo del Betis. Ahora el otro pie, más de lo mismo: paseíto por el pantalón, uñas que no quieres ver, calcetín y babucha.
Nos ponemos de pie y estiramos los brazos, como si saludásemos al sol, antes de meter el resto de nuestro cuerpo dentro de la parte de arriba del pijama, que es como llamamos a la parte de arriba del pijama.
El pijama es feo de cojones, pero no hay ningún lugar en el mundo en el que se esté más a gusto que dentro de él, bueno, quizás uno, pero eso lo dejo para otro día.
Manolo Martínez
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seguidor, aquí abajo, de mi Tertulia "COMER, BEBER y HABLAR"

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