Los besos se asoman a nuestra boca mientras pedaleamos por la memoria. Tienen mil sabores, como
los helados. Los que dimos de adolescente sabían a vainilla y los que nos regalamos con algunos años más, a turrón.
Pero, sin duda alguna, los más gustosos, los robados. Aquellos que recibimos sin cita previa, o los que dimos con la urgencia del antequemedigasqueno. Fueron los mejores y sabían al pan con chocolate que aún nos manchaba los labios cuando besamos a nuestro primer amor. Entre ella y yo no juntábamos una docena de años.
Manolo Martínez
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