CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


domingo, octubre 24, 2021

MI ABUELA Y EL JARRILLO DE LATA

 

De niño tenía la costumbre de, al sentarme a comer, acercarme un jarrillo de lata lleno de agua que siempre presidía la mesa en mi casa. 

Mi intención era impedir que nadie más bebiera de aquel cacharrillo. Yo fuí un niño delicado, y no era de mi agrado compartir con alguien cubiertos o vasos. Y si además, si ese alguien albergaba la suficiente cantidad de años como para que la lozanía y tersura hubiesen dejado de ser compañeras de su boca, menos aún. 

Abreviando, que no quería que mi abuela bebiera antes que yo en aquel jarrillo con agua. Me reconcomía aquella desatención debida a mis pamplinas, pero no podía evitarlo. 

Tal era mi cuidado para que nuestras bocas no tuvieran el común encuentro de la delgada hojalata, que además de la custodia a que sometía al jarrillo, me inventé una estrafalaria forma de beber. Bebía al revés, es decir, sujetaba el recipiente por su panza con ambas manos y, con el asa dándome en la barbilla, empinaba la lata con  sumo cuidado. Bebía por el mínimo espacio que quedaba libre, entre la parte superior del asa y el borde del cacharro. 

Un fatídico día mi abuela alcanzó el jarrillo de agua antes que yo. Entremetió su mano aprovechando mi indefensión, y se dispuso a beber. Yo, por distraerme de la contrariedad,  me levanté a subir el volumen del televisor (en aquellos tiempos no había mando a distancia). 

Cuando volví, ya estaba  la lata  de agua junto a mi plato. Entonces se apoderó de mí una irreprimible sed, tanta, que no pude sobrellevarla y sucumbí. Bebí con el asa tropezando en mi barbilla. Justo en ese preciso instante, mientras yo acomodaba mi boca al asidero, me endosó mi abuela: 

-Uy, Manolito, que gracioso, bebes por el mismo sitio que yo.

Desde entonces, en lo alto de mi mesa no falta un búcaro, y a mis hijos, antes de enseñarles a hablar, les instruyo en el arte de beber al chorro.

Manolo Martínez

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