Cada tarde, mientras el sol se
despereza en Sanlúcar desde la Plaza del Cabildo hasta la Playa de Las Piletas,
la gente se desparrama por las sillas de Casa Balbino y Barbiana.
Mientras los últimos rayos zascandilean entre Bajo Guía y Bonanza, el
sol se tapa la nariz con dos dedos
y se sumerge en el agua templada del océano, despacio, dejándose ver.
Entretanto, la clientela de Bigote o de Casa Juan, cuenta los sorbos de manzanilla que tardará el sol en vestirse por completo de sal. La verdad sea dicha, es un momento la mar de salado.
Cada verano Sanlúcar se convierte en un tablero de ajedrez en el que la reina, la manzanilla, va comiéndose uno a uno a los peones, los que trabajamos durante 340 soles al año para poder bajar una docena de lunas a ese cielo de arena y tortillitas de camarones que se esconde en un rincón de Cai.
Manolo Martínez
1 comentario:
Merecido descanso por un lugar hermoso y lleno de encanto, sobre todo, visto a través de tus ojos, vecino. Estais los dos guapísimos. Besos :D
Publicar un comentario