Recuerdo la tarde de navidad que agarrado a la mano de mi madre nos asomamos los dos al escaparate de la tienda de Juanito Barrera, el cielo. Allí, dispuestos con exquisito gusto posaban los alfajores, mantecados y polvorones vistiendo sus mejores galas: celofanes rojos, amarillos y azules. Al lado de ellos, pero sin precio, una pirámide de dulces bajo la etiqueta de Yemas de Santa Teresa. Yo espachurré mi nariz en el cristal por verlos mejor y luego le dije a mi madre.
—Esos mamá, compra esos —le sugerí, señalando las Yemas de Santa Teresa.
—No hijo, de esos entran pocos en el kilo.
Me acuerdo de la escena cada vez que paso por la tienda y repaso en mi memoria el valor de la expresión “entran pocos en el kilo” cuando tengo la suerte de conocer a personas a las que se les puede aplicar la misma fórmula, como Manolo Perea.
Tiene Manolo uno de los dones más grandes que nos pueda regalar la naturaleza, la capacidad de crear.
Ver el mundo con otros ojos no está al alcance de cualquiera. La mayoría sólo vemos una silla donde hay una silla y el color amarillo es amarillo sin más. Él inventa formas y diseños a fuerza de combinar ideas y colores, telas y grafías, ilusiones y realidades.
En su cabeza fluye con
naturalidad la segunda realidad, el arte.
Puso el listón muy alto vistiendo de fantasía a las musas del carnaval y cada año, el día del Corpus, consigue crear uno de los altares más visitados de Carmona por su originalidad y buen gusto. Manolo enseño a bailar sevillanas a media Carmona, y luego, sin solución de continuidad, dibuja, diseña, boceta y viste de colgaduras los balcones de Carmona.
Es amable, vitalista y alegre. Manolo es un tío especial que ha enriquecido la vida cultural de Carmona durante toda su vida. Manolo es diferente, es un artista.
Manolo Martínez
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