Enhorabuena, Antonio.
Nostalgia de maderas
A |
unque el Guadalquivir, por estas romas lindes de Sevilla, es el Río Grande que predispone su ilustre argumento de agua al fabuloso colofón de Bonanza, también reverberan, en la tabla de su cauce, esas voces más mocitas y revoltosas que traen causa de un alto nacimiento, de galerías de sombras, de misterios de riberas, de levantados pinos que son la estirpe mayor de los domésticos pinos del Coto, y de sombras, sí, de sombras y espejos de montes que recuerdan, ay, la montaña que Sevilla no tiene. Por eso, encaramarse a la comarca Sierra de Segura, que da plena y extensa razón al Parque Natural Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, es una experiencia que reporta el embeleso. Y éste no es novelero y posmoderno, sino que arrebató el ánimo de las primeras civilizaciones afincadas desde los más remotos tiempos del mundo en los confines de Segura de la Sierra, donde la historia, hilvanada en el paño de los milenios, ha dejado tanto el poso sabio de la mixtura como la voluntad de afirmarse. Y así, confiar los pasos a los senderos que menudean el universo de la Sierra de Segura, abrir el portillo de la conversación a las gentes que se cruzan en las liturgias ancestrales de la serranía, pasar revista a la enhiesta infantería de los pinares, rendirle culto de contemplación al Yelmo y devota reverencia a los valles de olivos venerables, como el aceite que da regocijo a la cocina y celebración al gusto; estar pendiente de una copla lejana entre cuestas de muros bruñidos por los meteoros, en los que reverberan guitarras, laúdes, bandurrias y platillos como agasajo de otro tiempo perdido en el altillo de la memoria; entregarse, en fin, al albedrío de la Sierra de Segura, hecha escalera en el quiebro de los escarpes, en la ciclópea envergadura de las cordilleras, en el asiento espléndido de los valles, en el cincel de agua de los ríos, no es sino alternar el consabido argumento de estas vegas y campiñas también milenarias, donde el Guadalquivir se remansa en la nostalgia de aquellas maderas que, río abajo, desde la provincia marítima de Segura de la Sierra, dieron empaque a la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, esa ciudad que montaña no tiene.