Mi padre se fue de este mundo con una pregunta sin
contestar que le escuché hacerse toda su vida, ¿por qué hay gente mala?
Era tan bueno que no le entraba en la cabeza que hacer el
mal formara parte del mundo.
Hace poco, curioseando en una pequeña librería de
Sevilla, me tropecé con un libro cuyo título me cogió por el cuello:
“Sobre la política y el odio”, de Václav Havel, quién, casualmente, compartía
con mi padre muchas cosas.
Ambos nacieron el mismo año, y murieron, de la misma
enfermedad y el mismo año, 2011, maldito año. Mi padre vino al mundo un día 18 y se fue de él en
octubre. Václav nació en octubre y nos dijo adiós un día 18. Por si fuera poco,
mi padre tuvo su primer hijo el mismo día que a Václav le dieron el Premio
Príncipe de Asturias y Humanidades, un 11 de abril.
Pero, lo que me dejó con las manos pegadas a aquel libro,
y la vista abrazada a sus palabras, fue que al hojearlo parecí encontrar las
respuestas a la eterna pregunta de mi padre, ¿por qué hay gente mala?
Ahora que los malos vuelven a montar una guerra, he abierto el libro, y leído esto:
“Los malos son como los niños malcriados,
que piensan que su madre está ahí sólo para adorarles. A sus ojos, todos es
culpa del mundo que les rodea. Las personas que odian acusan a su prójimo de
maldad, es decir, que proyectan su maldad sobre los demás.
El odio es único: no hay diferencia entre el odio
individual y colectivo; quien detesta a un individuo sucumbirá al odio
colectivo: —religioso, ideológico
o social— La colectividad de aquellos que odian “legaliza” la agresividad.
En el subconsciente de los que odian
duerme el perverso sentimiento de ser
los únicos representantes auténticos de la verdad completa, y por lo tanto, de
ser unos superhombres a los que el mundo les debe reconocimiento.
Detrás del intento de poseer el
petróleo, el gas o el territorio, hay un enfermizo afán de poder, y en esa urgencia
por dominar al otro, hay una necesidad de ser admirado, querido, idolatrado…
Por tanto, el que odia, el que provoca
una guerra, es, en el fondo, un desgraciado que no se siente querido y que nunca
podrá ser feliz.
Pero, lo malo de los malos, es que están
entre nosotros, son como esas chimeneas que ensucian el cielo con el pretexto
de que están fabricando.
Manolo Martínez
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