Los peces arowanas llevan a sus hijos dentro de la boca en
sus desplazamientos. Esta inédita sobreprotección es el escudo para defenderlos
de los peligros exteriores.
Lo que nuestros hijos nos dicen sin decírnoslo, es lo mismo
que nosotros le decíamos a nuestros padres sin decírselo, y era algo así:
“Yo no quiero que nadie me lleve en la boca, ni en brazos,
ni siquiera que todos los días me echen un sermón, ni que me recuerden, que las
cosas no son como yo las veo ahora. No tienen porque martillearme, antes de
acostarme, con que el futuro está a la vuelta de la esquina, ni con las cifras
del paro.
Que si no estudio, ni leo, ni ayudo en casa, no me haré
alguien de provecho. Lo sé, sé que es así, pero dejarme descubrir la vida por
mí mismo, y equivocarme, y caerme, y mancharme, y tener la habitación
desordenada, aunque sólo sea un día a la semana. Y es injusto, como injusto es
que identifiquen un zarcillo en la oreja, o un peinado determinado, con una
conducta agresiva o marginal.
Que la vida no es tan catastrófica como la pintan en los
telediarios. Que también hay cosas buenas. Y ser joven es una de esas cosas.
Porque ser joven no es ninguna enfermedad, que, a veces, lo pienso, de tanto
escuchar que los jóvenes de hoy somos irresponsables, maleducados, caprichosos,
rebeldes y ociosos.
También es importante que me enseñes a bajar las escaleras,
tanto o más que a subirlas. Enséñame también a que las cosas cambian, a
aceptarlo, a que hay grises y colores, a relativizar mis problemas, y a no
hundirme antes del desembarco.
Enséñame a vivir, no sólo a calcular, y enséñame a querer,
no sólo a conseguir cosas..
Y cuando pienses en mí, y te comas la cabeza, acuérdate de
lo que dijo Roberto Chafar: “ Debemos ver a los jóvenes, no como
botellas vacías que hay que llenar, sino como velas que hay que encender”.
Manolo Martínez
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