Llevo publicando lo que escribo hace veinticinco años (en un periódico local, en un blog y en otros espacios como las redes sociales o concursos literarios en los que me han premiado, más por suerte que por atino) .
Tenía que buscar una afición barata. No tuve en mi adolescencia dinero para escopeta y perro, ni para caña de pescar y sedal, y la verdad, tampoco me atrajeron nunca esos apegos. Un bolígrafo es, primero, barato, y luego cómodo. No tengo que moverme de mi casa, ni siquiera ponerme el chándal para ejercer mi devoción.
Nada de esto viene a cuento de lo que realmente quiero confesarles a ustedes, y es que, después de tantos años casando letras sin más intención que la de divertirme, he comprobado una y otra vez, con más pena que alegría, que de todas las tonterías que llevo escritas en estos veinte años, las que más repercusión tuvieron, y de largo, fueron las que hacían alusión a los bares (que dicho sea de paso, me parecen espacios sagrados).
Pero no digo ninguna mentira
si les confío que si lo que escribía no estaba relacionado con ninguna taberna,
apenas lo leía media docena de amigos, y las redes me devolvían una triste
captura (dos ME GUSTA, un ME ENCANTA y CERO VECES COMPARTIDO).
Quizás no sea muy inteligente tirar piedras a mi propio tejado, pero tocaba. Hoy he querido "pescar" posibles lectores con el mejor cebo que hasta ahora he tenido, un bar, el mejor bar de Carmona.
Pensé: "anda...si les voy abriendo el apetito con una maravillosa estampa tabernaria y luego les hago la cama diciéndoles que abrirá sus puertas en Carmona, como mínimo se pararán a leer el primer párrafo".
Pues lo siento, os he engañado, estafado y mentido. Pero no os voy a pedir disculpas. Pídanmelas ustedes a mí, porque ya es triste que sin cervezas no haya lecturas. Aprendida la lección, cuando organicé las tertulias "Comer, beber y hablar", tenía claro que tenía que ser en los bares, con birras y tapitas. Hablar ya hablaríamos de lo que fuera. Lo siento, no hay bar nuevo.