Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.
Los últimos días del año
cacareamos pero no ponemos huevos, es decir, nos prometemos “sempiternum”, pero
no cumplimos nunca, los clásicos:hacer ejercicio,
comer saludable, pasar más tiempo con la familia...
Y es justo ahí dónde nace el
grosero título del presente texto, porque no hay expresión en español, ni
locución latina, que exprese, concrete y exponga, de forma más precisa, lo que
uno siente cuando descubre en la solapa de la agenda, año tras año, la misma
retahíla de intenciones quebrantadas.
A Dios pongo por testigo que jamás
consumé ninguna. No he dejado de fumar, en la vida me he apuntado a clases de
inglés, ni siquiera he intentado ser empático con quién no me cae bien, como
mucho le sonrío con la boca, pero nunca con los ojos.
No sé lo que es una cena frugal, es más, no sé lo que significa frugal, y por si fuera poca mi desgana, no conozco lo que es invocar a la suerte en nochevieja jalándome una uva por campanada, siempre lo hago con conguitos. Puede que sea ahí dónde se tuerza todo.
Pero qué coño, si es que desde niño nos obligan a pasar por el aro de llegar a una meta, y luego otra, y otra más: aprender a chiflar, sacar mejores notas, recoger la mesa, o echarle cojones para decirle a la vecina que es la más guapa del barrio.
Se nos ha ido media vida pidiendo prórroga al final del partido, excusándonos “ad eternum” de que noventa minutos no son suficientes para meter un gol.
A tomar por culo la Champion, tanto propósito, objetivo y aspiración. Es más sano vivir sin más, sin tantos anhelos y obligaciones.
Vivir y punto, y para eso solo se necesita una única cosa, y ese va a ser mi solitario deseo para ese que ya asoma las orejas, el 2024, y es seguir vivo.
Manolo Martínez
Hazte seguidor, aquí abajo, de mi Tertulia "COMER, BEBER y HABLAR"
La distancia entre el desengaño y
la esperanza, entre la serotonina y el cortisol, es la misma que recorre
tumirada entre el careto de Chicote y
el descote de la Pedroche.
Esa es la frontera que separa un
año de otro, la que descose tu realidad de tus deseos, la misma linde que
retira lo que has vivido de lo que te queda por vivir, la raya que divide lo
conocido de lo velado, una simple uva, con o sin pepita.
No es el Everest. No tienes que
escalar ocho mil metros para llegar del 2023 al 2024, ni siquiera tienes que
cruzar a nado un océano para pasar de diciembre a enero.
Ese vasto desierto, lleno de
arena y miedo, no es más que un tic-tac.
Un segundo, un tic-tac, la última
calada a un cigarro, y la Pedroche, hacen que el tiempo en que has “cargado” tu
esófago con doce uvas sin que lleguen al estómago, llegues a pensar que este
año, que aún se está desperezando, te vas a comer al mundo.
Crucemos los dedos para que no sea el mundo el que nos coma a nosotros.
Manolo Martínez
Hazte seguidor, aquí abajo, de mi Tertulia "COMER,
BEBER y HABLAR"
Todos los años, la víspera de
nochebuena, el primo Rafael le regalaba a mi padre dos pollos de campo, de esos
que se criaban con las sobras de la comida.
¡Que caldo hacían aquellos pollos!
Quizás fuera porque tenían las “carnes hechas” de correr en el labrantío para
componerse un “big mac” de lombrices.
Nada que ver con el “agua sucia”
que sale ahora de los pollos de granja engordados a base de pienso y
sedentarismo, pues como nosotros.
Lo mismo ha pasado con las nochebuenas, hemos pasado de las nochebuenas a las “buenas noches que no vuelvo hasta mañana”.
Las de antes empezaban con una copita de aguardiente hasta la raya roja, una hojaldrina Mata y veinte personas alrededor de la mesa: abuelos, padres, tíos, primos y la tita viuda o solterona.
Debajo de un rodete blanco, la abuela iba y venía de la cocina arrimando platos de jamón, gambas y otras tonterías, mientras Raphael, en blanco y negro, cantaba “El pequeño tamborilero” haciendo todas las cucamonas posibles con sus manos y arrollando con su torrente de voz.
Que nochebuenas más buenas aquellas en las que tres tiritas de plata mal puestas en un árbol de navidad más chico que grande, era el mejor decorado de nuestra infancia.
Al final de la cena todos encendían un puro de los sobrantes de las bodas, o un Celta sin boquilla, mientras el tito de siempre, agarraba una cuchara para rascar la barriga llena de arrugas de una botella de anís “La Castellana”, intentando cantar, mu malamente, “beben y beben… y vuelven a beber”, aunque él único que no paraba de tragar era él.
Manolo Martínez
Hazte seguidor, aquí abajo, de mi Tertulia "COMER,
BEBER y HABLAR"
No sé quién, ni cómo, pero me han robado tiempo. Hace más de 30 años, cuando aún se veían bicicletas con matrícula, cuando nevaba en nuestro pueblo, yo perseguía ocupaciones que llenaran mis horas. Hoy estoy a la caza y captura de cualquier minuto que atienda mis obligaciones. No sé si fue una decisión política, un fenómeno atmosférico o una causalidad coyuntural, pero los días empezaron a menguar de forma inesperada, sin avisar.
Hoy la vida fabrica rapidez, tanta que nos ha extirpado rituales tan banales como hermosos. Por ejemplo, el arte de encender un cigarro con cerillas. El protocolo establecía una seductora normativa, cada vez que una bonita chica nos pedía lumbre. Primero ese meneo insinuante al que sometíamos a la rectangular cajita para que nos chivara si aún quedaban cerillas en su interior. El sonido que producía el choque de los fósforos entre sí, nos daba el visto bueno. Entonces abríamos la caja con mimo, como si estuviésemos deshaciendo la cama, cogíamos una cerilla, sin retirar la mirada de la doncella, y luego, el súmun, esos dos o tres roces sobre la pequeña lija hasta que la cabecita, blanca o roja, ardía. Entonces, ahuecábamos las manos, cobijábamos la llama, y la acercábamos, con tanto cuidado como placer, a la cara de aquel ángel con falda tableada y calcetines hasta la rodilla. Saldábamos aquel pasional encendido con el soplo. Un soplo medido, el justo para extinguir la llama a la primera, pero sin que despeinásemos a la casta muchacha. Y pensar que todo esto se ha cambiado por un
-¡ Quillo...dame fuego!, (y el quillo, sin mirarla, saca un encendedor de 60 euros y se lo arroja al ¿angel con falda tableada? )
No, ahora es satán, sin tableado y sin falda, y con tantos agujeros en la cara por los piercings, que el humo de cada calada ,se les sale por el rostro, antes de alcanzar los pulmones).
Hemos arrinconado la magia de las cerillas, como hemos olvidado aquella manera de buscar música en los receptores de radio, desescombrando sonidos y gorgoteos al girar los botones, hasta que, el acierto del azar, hallaba la melodía, y con ella nuestro gozo. Y ahora me asusto porque antes de pulsar ya suena la canción en ese tercera oreja que nos han injertado con nombre de virus: emepetrés. Joder, ese nombre no es cristiano, algo raro esconde.
En apenas tres décadas, hemos pasado de compartir la tarde con los Chiripitiflaúticos, de torear coches en las empedradas calles, y de perseguir al género femenino en forma de vecina, a trabajar , laborar y bregar. Cuando por fin alcanzamos a la vecina, unimos nuestras vidas como una sinalefa. Desde entonces, nuestras noches se colman de pañales y de bañeras, que al rebozar, nos ponen el suelo perdido de espuma y niños por igual. Nos han cambiado a Locomotoro y al Tío Aquiles, por un señor, con el que pasamos más horas que con nuestras mujeres, a cambio de un puñado de euros a fin de mes. Y para colmo, perdimos la afición al arte de Cossío. Ya no toreamos coches, ahora los compramos. Son negros bragaos y astifinos, y todos los meses nos buscan y nos clavan el pitón en la entrepierna de la cuenta corriente. Yo llevo 48 cornadas de un Peugeot, y no sé, si me quedará sangre para las 24 que me restan. El director de mi banco dice que sí, que él me hace las transfusiones que necesite. ¡Qué bueno y des-interesado es! Pero lo mejor viene, cuando al salir del trabajo y llegar a casa, nuestras mujeres, se han hecho con el poder legislativo, cediéndonos, generosas, el ejecutivo. Un poeta, de Granada, nos saca las castañas del fuego, y nos descubre al ladrón de bicicletas con matrícula, al autor del hurto temporal, y lo desenmascara al concluir:
“Nuestras vidas, son los sobres que nos dan por trabajar, que es el morir”.
Ahora te comprendo, Peter Pan, por no querer hacerte mayor. Por eso voy a ponerle a mi bicicleta una matrícula, de las de antes, a ver si consigo, al pedalear matriculado, encontrar el atajo que me devuelva a aquellos años.
Que las navidades no son las de antes lo demuestra
el cuidado con que ahora mordemos el turrón duro, o la de vueltas que le damos
a los cubitos de hielo del cubata (que se nos va a dislocar la muñeca), o la de
veces que miramos el reloj en las comidas de navidad.
Porque no es nostalgia lo que uno tiene, sino
años. Nos hemos convertido en nuestros padres sin darnos cuenta, por eso
empezamos a echar de menos muchas cosas.
Echamos de menos las mañanas de Nochebuena
en la Noria, cuando quedábamos con los amigos y de camino nos reencontrábamos
con muchos de los que se marcharon a buscarse la vida fuera de Carmona, y que
cada año, como El Almendro, volvían a casa por Navidad.
Y nos alegrábamos al verles. Bueno..., según.
Primero los mirábamos de arriba a abajo, y si tenían más canas y entradas que
nosotros, le echábamos el brazo por encima y le decíamos con firmeza: "Fulanito,
me alegra mucho volver a verte"; pero si por el contrario, Fulanito estaba
hecho un figurín, con un móvil de última generación en la mano, y su cabeza atestada
de pelo negro zaíno, entonces, como mucho, le lanzábamos un "jay" como saludo, pero desde lejos.
Somos así, ¿que le vamos a hacer? Nos
pasamos la vida midiéndonos, como si nuestra felicidad no dependiera de nuestro
bienestar, sino del malestar de los demás. Hay que ser muy pobre para sentir así,
pero haberlos haylos.
Manolo Martínez
Hazte seguidor, aquí abajo,
de mi Tertulia "COMER, BEBER y HABLAR"
Paso a contaros mi historia, la historia de un polvoron honrado.
Mi cuerpo fue azucarado, perfumado con canela y
rociado con ajonjolí. Luego me momificaron con un traje de papel bien retorcido
en los extremos.
Mi madre, por consolarme, me dijo al despedirme que yo iba de dulce. Qué cosas
tiene mi madre.
Por el camino, mis compañeros iban contando historias de
nuestros antepasados. Relataban como un tío mío se encajó vivo casi en Agosto.
Su sabor a naranja y su modesta cuna, fueron los salvoconductos de mi tío para
sobrevivir a la Navidad.
Habíamos oído historias terroríficas de como algunos nos
torturaban apretujándonos en sus manos antes de ser comidos.
Yo tuve la desdicha de ser el último que quedó en el plato en nochevieja Nochevieja, y tras el brindis con
champán, fué el abuelo quién me hizo los honores. Me tragó, o mejor dicho, me
sorbió en un plis plas.
Y allí iba yo, resbalándome esófago abajo, orgulloso
por el deber cumplido, cuando escuché en la ya lejana televisión el
famoso: “Vuelveee...a casa vuelveee..por Navidaaaad”, y yo, que soy muy nostálgico,
no pude resistir la tentación de volver. Di un paso atrás y me paré justo en la
mitad del esófago, mientras todos gritaban al abuelo:
¡Tose abuelo...tose...!, a la vez que le daban grandes golpes en la espalda. En uno de ellos me
empujaron hacia fuera.
Menos mal que estuve rápido de reflejos, y canturreando
a Machado con su “caminante no hay camino ...”, me agarré al resbaladizo tubo
digestivo antes de ser toseado al exterior. Para entonces, mi ejecutor, el
abuelo, que había adquirido un azulpitufomequedandosminutos, me oyó increparle:“
Trágame
abuelo, trágame”.
....y con mi muerte le salvé. Requiescat
in pace yo, un polvorón honrado.
Dice la jodida canción que veinte años no es nada. Mentira cochina. Observen, no tanto el aspecto de nuestros comienzos con sombrero canotier incluído, como el espacio escogido para la charla y el debate, la terraza del bar, vamos...la calle. No hay color. Entre estas dos tertulias busquen las 7 diferencias. Empiezo yo:
Una, ahora ya no llevamos sombreros, algunos ni pelos.
Dos: en la primera foto nadie ha pedido Puerto de Indias.
Tres: en la primera fotos las mujeres no asistían a las tertulias.
Primera tertulia (2017) de "Comer, beber y hablar", allá por el año de nuestro señor dos mil diecisiete. Fueron "Las Andarinas" nuestras primeras invitadas. Mi familia y mis amigos apoyando este proyecto desde el primer día, gracias a todos.
Última tertulia, hasta ahora, (2023), con el cardiólogo Manuel Almendro Delia, y presidida por su amigo, Senador y Alcalde de Carmona, Juan Manuel Ávila Gutiérrez.
Manolo Martínez
Hazte seguidor, aquí abajo, de mi Tertulia "COMER,
BEBER y HABLAR"
Hace un montón de veranos, cuando
uno todavía meaba cada cerveza que se bebía, en vez de acopiarla en la barriga,
mientras guardaba cola en la ducha de un camping de playa, se me acercó un
hombre mayor, de los que ya habían dejado de mear la cerveza para almacenarla
en el mondongo, y me saludó con campechanía:
—¡Me alegro de verte!
...me soltó aquel señor al que yo había visto alguna vez por el
pueblo, pero que jamás había intercambiado conmigo palabra alguna, y menos
saludos tan efusivos.
— …igualmente
—le
repliqué yo.
Y todo esto
a cuento de las reuniones navideñas en las que bastan un par de cervezas sin
alcohol para arrimarnos, como hacen los gatos cuando se nos pegan a los
pantalones, en busca de arrumacos.
—¡Me alegro de verte! —le decimos a
fulanito, o nos dice zetanito, cuando media hora antes nos habíamos cruzado por
la calle sin ni siquiera mirarnos.
Todos sucumbimos a estas confusas artes, y no
constituyen “per se” un delito reconocido por el código penal, pero acabamos
somatizándolas con un pellizco en el estómago, cuando, dos días después, volvemos a reencontrarnos, en la
calle, con aquel/aquella, que se nos colgó del cuello cualquier día de navidad
para desearnos lo mejor de lo mejor, y al mirarle y sonreírle, siguen hablando
por el móvil, y pasan/pasamos del “¡Me alegro de verte!” al “¿y éste quién coño es?”
Manolo Martínez
Hazte seguidor, aquí abajo, de mi Tertulia "COMER,
BEBER y HABLAR"
Llevo demasiado tiempo viéndote
triste, amiga mía.
Es como si vivieras dentro de una canción de Pablo
Alborán, o peor aún, de Hilario Camacho que era más de nuestra quinta, y me
duele saberte mal, porque tú eres todo lo contrario: alegre, vitalista, de
tirar palante…
Delante de un café, ya frío,
porque las lágrimas no te han dejado empezarlo, te quejas de que tú le das
besos y él devuelve wassaps.
Decía García Márquez que animaba
a aquellos hombres que habían dicho que deseaban a una mujer inteligente en sus
vidas, a que se lo pensaran bien, porque las mujeres inteligentes toman
decisiones, tienen deseos propios y cuestionan, analizan y discuten, no se
conforman, avanzan.
Por tanto, seguía diciendo el escritor, que se pregunten esos hombres si
realmente están hechos para encajar en las vidas de estas mujeres.
Todos los pesares cambian cuando dejas de preguntarte ¿por qué me ha pasado a mí esto?, y empiezas a preguntarte ¿para qué?
Los psicólogos le llaman de manera cursi, resiliencia, pero de toda la vida es aprender a extraer, de lo peor, lo mejor.
Muchas tardes se vestían de noche mientras hablábamos de las malas rachas, y siempre coincidíamos en que la vida era jodídamente corta, y que lo único que podía amagar esa insoportable verdad, era VIVIR.
Vivir es la miga, el meollo, la única cosa que nos salva a diario de todo y de todos.
Manolo Martínez
Hazte seguidor, aquí abajo, de mi Tertulia "COMER, BEBER
y HABLAR"
En esto del vivir
uno tiene que ponerse las pilas de cuando en cuando.
Resetearse, cambiar
el rumbo, asumir, ver venir, esquivar, hablar menos y escuchar más, morderse la
lengua y abrir el capote más grande que tengamos.
Pedir silencio al
tendío, bajarle el hocico a los problemas con la espada de la paciencia, hasta someterlos, pero nunca perderle
la cara al bicho, que se arranca.
Tampoco se trata de
entrar a matar todos los días, porque eso es provocar a diario al respetable,
al morlaco, y eso es buscar adrede una corná mu grande. Vive y deja vivir, que
no eres Belmonte, ni Joselito, como mucho Platanito, el que acabó vendiendo
lotería.
Piénsatelo dos
veces, y tres, porque luego no hay vuelta atrás, y si la hay queda poco
elegante la bajada de pantalones hasta las rodillas.
No te creas
importante sólo porque le has puesto dos pares de banderillas al más flojo de
la ganadería. Eso es lo que hacían, y servía de risas, el bombero torero y sus
enanitos.
Quillo, que la
grandeza no está en pisotear al otro, sino en tenderle la mano, aunque es
verdad que para comprenderlo, primero tenemos que enterarnos de que todos,
todos, sólo somos los demás de los demás, nada especial.
Manolo Martínez
Hazte seguidor, aquí abajo, de mi Tertulia "COMER,
BEBER y HABLAR"
Saber que va a pasar mañana es
una de las pretensiones más antiguas de la humanidad, hasta el
punto de recurrir a mil artes adivinatorias: bolas de cristal, cartas, líneas
de la mano…hay un tal Joao que dice leer el destino en el culo (pacagarse,
nunca mejor dicho).
Aún sabiendo que nadie con dos dedos de frente
nos lo va a predecir, solemos caer en la tentación de escuchar a todo aquel que
dice saber donde está el destino.
Yo he caído en esa seductora profecía porque, para empezar, el iluminado que me la vendió, tenía más de dos dedos de frente, frente por cierto, que ya es un bien de primera necesidad para mucha gente del Carnaval de Cádiz.
Les hablo de Antonio Serrano, el Canijo de Carmona. Él fue quien, tras una pregunta mía, me mostró el Destino.
- Mira, Manolo, me dijo el genio del carnaval, el Destino está en la Plaza de San Juan, pegada al ayuntamiento de Cádiz.
No le pregunté nada más, porque a los genios no se les cuestiona, se les obedece. Cogí el tren en Santa Justa y me bajé en Cádiz. De allí a la Plaza de San Juan apenas un cigarro. Al llegar ausculté con la mirada hasta el último rincón de aquel hermoso espacio comido al mar en forma de plaza. Harto de buscar y no hallar, me senté en la primera terraza que encontré, un coqueto restaurante pegadito al ayuntamiento.
Me pedí para comer una tosta de pan cateto, una berza gitana con su pringá y rematé con unas croquetas caseras de lomo en manteca. Encendí un cigarro mientras repasaba la cuenta sin saber que, en ella, en la cuenta, estaba el destino del que me habló el Canijo de Carmona. Que cabrón el Antonio, mi destino había sido antes el suyo.
No elegiste mal amigo, acertaste, que buen sitio para reponer fuerzas antes de abrir Cádiz en caná, Restaurante “Destino”, de los mejores sitios para comer en Cádiz, amén del recorrido por los minibares de la plaza de abastos, el Manteca, la Columela o el Faro.
Lástima que vieras mi wassap, Canijo, cuando ya me había ido, porque no sólo hubiéramos
compartido nuestro sino, si no también la cuenta.
Manolo Martínez
Hazte seguidor, aquí abajo, de mi Tertulia "COMER, BEBER y HABLAR"