CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


sábado, julio 29, 2023

LA MADRE DE INDIANA JONES


Los padres de hoy estamos malacostumbrados a “perseguir” a nuestros hijos por wassap, para que nos tengan al tanto de dónde andan, y con quién, a esperarles despiertos hasta escuchar sus llaves entrando en la puerta de casa, o a pasarlo regular cada vez que nuestros herederos se ponen al volante en busca de una playa, o de una novia foránea. 

Por eso, cuando hace unos días fui al cine con mi sobrino mayor para ver la última entrega de Indiana Jones, hice examen de conciencia y comprendí que quien realmente está sufriendo de continuo es la madre de Indiana Jones. 

Hacía tiempo que no veía una película de acción, no son mis preferidas, pero tuve más tiempo el corazón en la boca que en el pecho. ¡Que derroche de adrenalina, que estrés! 

Las escenas de peligro se sucedían una tras otra, y fue, en esa concatenación asfixiante de riesgos y amenazas, donde evalué la de sofocones y desvelos que tendría que pasar la madre del héroe de los cojones, pobrecita mía. 

Nosotros, que lo único que nos preocupa si van a mojarse el culo a Chipiona nuestros hijos, es que vuelvan con luz del día, ¿cómo estaríamos si nuestras crías galoparan a lomos de un caballo delante de un metro?, como hace Indi en su última peli. ¿Y si la novia de nuestro hijo se subiera a un avión en marcha a través del tren de aterrizaje? 

No hay valerianas en el mundo que calmen a la madre de Indiana Jones, vaya telita el  niño que le tocó. 

¿No pudo Indiana haber aprobado unas oposiciones de conserje en el Museo de Bellas Artes?

            Manolo Martínez

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sábado, julio 22, 2023

TU CASA

Aunque nunca sabemos hacia donde nos lleva la vida, aunque compremos el billete de ida para el fin del mundo, el de vuelta siempre es el mismo, tu casa. 

Por eso la cuidamos con una liturgia inquebrantable: desempolvándola de cuando en cuando, acicalándola, pintándola cada verano, o preguntándole, casi a diario, si necesita algo. 

Y sí, siempre tiene  ruegos y preguntas: un azulejo que se ha desprendido, para cuando tapamos esa grieta en mitad de la escalera, el lavabo que se ha atascado o la cañería que gruñe desde hace meses. 

En cuánto podemos atendemos sus peticiones sin quejarnos, porque ella, nuestra casa, siempre tiene en cuenta las nuestras:

 esperándonos con las puertas abiertas (que son sus brazos) cuando volvemos del trabajo, abrigándonos cuando llegan los inviernos, resguardando a nuestros retoños de sus miedos, cuando son niños, y luego, de mayores, escondiendo, por sus rincones, el cosquilleo de sus primeros amores y los suspiros de los desamores. 

Tantas cosas nuestras están dentro de las casas, que, llegados a cierta edad, pensamos que lo que ocurra fuera de aquellas cuatro paredes, francamente nos importa un pimiento, como decía el guapo de “Lo que el viento se llevó”. 

Y es que, es tal la sinergia entre tu casa y tú, que apenas la mimamos un poco: regalándole un geranio al patio, el canto de un canario, o vistiéndola con unas cortinas nuevas, uno recibe de inmediato un chute de serotonina, ...

... y nos sentimos a gusto sólo con verlas guiñar uno de sus ojos, que son sus ventanas, al remangarles el visillo nuestros hijos para asomarse a vernos llegar del trabajo.  

No hay ningún lugar en el mundo, ninguno, en el que uno se sienta como en su casa.

            Manolo Martínez

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domingo, julio 16, 2023

EL BOLSO DE LA REINA

Si yo tuviera dinero, que no lo tengo, me iría a vivir al norte, porque el frío, que encoge otras muchas cosas, acaba alargando otras, como la misma vida. 

Párense vuestras mercedes, si no, a tirar números, y comprueben que, desde las dos de la tarde hasta las diez de la noche, no hay vida en esta bendita Sevilla dónde el calor es el puto amo. ¿Cuántas horas, y días, al final del verano, hemos "perdido" debajo del aire acondicionado?    

     

Por eso, cada vez que podemos, nos abrazamos en Ryanair y nos plantamos en cualquier rincón cercano al Cantábrico, como Oviedo.  

Y allí, después de pedirle permiso a la Regenta que custodia su hermosa catedral, de tomar unos culines de sidra en la calle Gascona..., 

.. de pasear entre los espléndidos culos de Úrculo, en la calle Uría, de visitar el hermoso Mercado del Fontán. y de llenar los pulmones de aire fresco en el Campo de San Francisco (todo esto entre las tres de la tarde y las diez de la noche), acabamos mirando escaparates.

Y entre ellos, nos seduce uno que está “en cueros”, y en cuyo interior conocimos a Bruno, hijo de Felipe Prieto, su fundador, quién, de amables maneras, comparte con nosotros su buen quehacer, sus idas y venidas por todo el mundo de la mano de su artesanía, y acaba invitándonos a respirar el olor a piel que flota en su taller. 


                             

Entre los célebres clientes de este taller del cuero: el Canciller alemán Helmut Kohl, o el Papa Juan Pablo II, que fue obsequiado por el Principado de Asturias, con una réplica de las sandalias de San Pedro. 

Pero el que más me llamó la atención, por mi mala relación con el calor, fue el de un  bolso de mano realizado para la reina de España, quien curiosamente (y aquí viene el conque del por qué me llamó la atención),  lo utilizó en la visita que, doña Letizia, hizo a París con motivo de la II Conferencia Global sobre Salud y Cambio Climático.

Es curioso, yo había llegado a Oviedo huyendo del calor, y acabé hablando, con Bruno Prieto, del bolso que la reina llevó para hablar del calentamiento de la Tierra.

Haz muchos bolsos, Bruno, como el de doña Letizia, para pedir a todo el mundo que, por favor, seamos responsables y no le dejemos a nuestros hijos un desierto, sino muchas Oviedos que estén llenas de manzanos que estén llenos de manzanas que estén llenas de sidra, que nos haga olvidar estas malditas calores.

         Manolo Martínez

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sábado, julio 15, 2023

La pluma


    Siempre me pareció ridícula esa gente que cree en las “señalestontos que se dejan arrastrar por presentimientos, corazonadas y horóscopos. 

Vivir es tan grande, tan lo único que realmente tenemos, que me parece una falta de respeto robarle a los días la maravillosa incertidumbre a fuerza de planificarlos, o peor aún, adivinarlos o suponerlos. 

Pero, si el meollo del vivir es la sorpresa, el no saber que pasará mañana. ¿Qué belleza tiene saber que ocurrirá antes de que ocurra? Ninguna, si acaso aburrimiento, desidia o estúpidas fantasías y conjeturas. Hay que estar muy colgado para creer en esas cosas, muy colgado. 

Curiosamente, el otro día, cuando venía de tomarme una bendita cerveza helada (o dos, no recuerdo) al pasar por detrás de Santa María, bajó del aire esta pluma de la foto. 

Descendió dando vueltas, de pie, despacio, hasta quedar justo a la altura de mi cara. No tuve que darme prisa para cogerla porque me estaba esperando.


Alargué el brazo y la prendí. Estoy seguro de que significa algo. Algo me quieren decir los dioses..., o los palomos, o las palomas, que no pude ver quién pelechó mi regalo. 

¿Qué me querría decir? ¿O serían las  cinco cervezas que me tomé las que me hicieron elucubrar? El caso es que, cuando llegué a casa, me dijo mi mujer: 

— ¿Cuántas? 

— Te juro que no han sido más de siete. 

— ¿Cuántas? —me insistió por segunda vez. 

— Diez... —y entonces me percaté del mensaje que quiso transmitirme aquella pluma dando vueltas en mi cara. 

Me dijo, sin decírmelo: "Vuela pa tu casa que te van a dar par pelo" Yo no creo en el karma y esas cosas, pero me dieron "par pelo" por las quince cervezas que creo me tomé. 

domingo, julio 09, 2023

EL CONEJO DE LA LOLE


 Señalaba  Rafael Azcona que ya no hay catetos con boinas en los pueblos, que hoy, los catetos llevamos ropa de marca con la etiqueta por fuera. 

Bebemos Coca-Cola, comemos en McDonald, nos vestimos de Lacoste y Ralph Laurent, y nos cagamos en unos Calvin Klein. 

Ya no soy “yo y mis circunstancias”, ahora soy “yo y mis marcas”. 

Menos mal, que Lacoste no fabrica lentillas. ¿Se imaginan el mareo que sería ver, sorteando el rabo del dichoso cocodrilo impreso en las lentillas, porque lo que nos importa es que se vea la marca? 

Eso de valorar las cosas por su etiqueta, de juzgar a la gente por su apariencia, de prejuzgar sin arañar más en el alma de alguien, aunque sea con una simple conversación, es lo mismo que leerse un artículo sólo por su titular. 

De muestra un botón: ¿cuántos habéis empezado a leer este artículo sólo por su ambiguo e insinuante título?

 ¿Y cuántos habéis leído hasta el final, confiados en que en algún renglón aparezca el jodido conejo?

 Pues eso. 

Manolo Martínez

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viernes, julio 07, 2023

EL ARQUILLA

 

Mi padre tenía una arquilla en la que guardaba sus papeles importantes. Allí metía el libro de familia, las escrituras de la casa, los papeles del banco, su cartilla de la mili y alguna foto amarillenta por el paso de los años. 

Yo heredé esa arquilla y en ella tengo mis cosas de valor: el libro de familia, las escrituras de la casa, los papeles del banco, el librito de mi Primera Comunión, una libreta del Colegio Salesianos (con problemas de matemáticas con las preguntas escritas con bolígrafo rojo y las respuestas con boli azul), una caja de cerillas del Hotel Raphael de Roma dónde pasé la luna de miel, un intento de libro, las pulseras con las que mi hijo mayor y yo hicimos el Camino de Santiago...


Mi padre tuvo menos cosas en aquella arquilla, no por falta de ellas, sino porque no las necesitó para vivir, o porque no tuvo que guardar sus vivencias dentro de una caja de madera como hago yo ahora. Supongo que las archivaba en su cabeza, o en su corazón. 

Iba, como decía Machado, ligero de equipaje, con lo puesto. Mi generación necesita recuerdos, objetos que amarren las emociones a una cosa, a algo físico que podamos tocar, porque, si no las guardamos, o peor aún, si las perdemos, tememos olvidar el momento que evoca el objeto atesorado.

Hace unos años, aproveché una tapa de la arquilla original para pegarle un trozo de madera que a diario, utilizo para escribir un rato sobre él antes de acostarme, o los días que me desvelo antes de tiempo, que son siete a la semana. 

Sé que las cosas no tienen vida, pero siento a mi padre cada vez que toco la tapa reconvertida en escribanía, o abro la arquilla en la que guardó toda una vida de trabajo, en un puñado de papeles.

Manolo Martínez


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domingo, julio 02, 2023

EL DEDO Y LA LUNA

 

Decía Antonio Gala que una de las cosas que más le fastidiaban, era escuchar la monótona y cansina queja de la gente que se pasa la vida lamentándose sobre su sitio en el mundo.     

Para tal mal, aconsejaba el escritor que cuando el trabajo, y los proyectos con olor a humedad, hacen de la vida, no una aventura, sino una rutina, nada más sano que tirarse a la vida. Apostar. Cambiar. 

Pocas veces ocurre, pero es verdad que cuando algunos damos ese paso, acabamos señalados, como si hubiésemos delinquido. 

Dice un proverbio oriental: «Cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo». 

Y es que lo cómodo es sentarse al borde de nuestras vidas a verla pasar. 

Expatriarse, de esa condena que es el hábito, te hace mejor, más generoso, más empático, acabas por entenderlo casi todo. La existencia no puede convertirse en un círculo sobre el que giramos como el asno en la noria. 

Habitamos una misma casa, luchamos por trabajar en un mismo lugar que no se aleje de nuestra casa, frecuentamos los mismos bares, las mismas conversaciones…

Por esto, viajar, salir, cambiar, ausentarse, irse de uno mismo, es un regalo que todos debiéramos hacernos de cuando en cuando. 

Puede que vivir dispuestos a levar anclas en cualquier momento, zarpar  a diario, sea duro, pero vivir atracado es subsistir.

 Manolo Martínez

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sábado, julio 01, 2023

INTERNET SE INVENTÓ EN UNA SILLA DE ENEA

Internet ha existido siempre, puede que su formato fuese distinto, pero su función básica: recolectar, almacenar y difundir información, eso, lo hacían ya nuestras abuelas, cuando cabalgaban, por la noches de verano, en sus sillas de enea, que nacían en todas las aceras de nuestros pueblos. 

No utilizaban teclados, ni ratones, para acceder a la información y navegar por ella. Su labia, y su cháchara, eran los dispositivos inalámbricos que le facilitaban el acceso a cualquier noticia o chisme. Todo lo que respiraba, y pasase a menos de diez metros de sus solios de enea, debía hacer una paradita, para, “descargarle” las novedades, a las guardianas de las aceras, quienes propiciaban, aquellos encuentros informativos, y confidenciales, con éste santo y seña: 

 Buenas noches, fulanito, ¿cómo estás? Oye, ¿y tu padre?, hace tiempo que no lo veo, anda que no hemos jugado nada tu padre y yo… 

Captada la presa, se procedía a la extracción de todos los pormenores posibles.

Que si cuántos años tenía, en qué trabajaba, que si se casó, que si tenía niños, que dónde iba ahora…copiar y pegar, copiar y pegar, en su insaciable disco duro. Una vez exprimido el sujeto en cuestión, se le dejaba ir. 

 Ea…, pues vaya usted con Dios. Hasta otro ratito. Buenas noches. 

A partir de ahí, cualquier internauta (vecino, amigo, conocido o desconocido), daba la contraseña de acceso Buenas noches, ¿cómo estamos?, y tenían acceso inmediato a todos los informes, mensajes y datos recopilados. Como aún no existía el CD, nuestras abuelas utilizaban su propio formato, el rumor, muy barato por cierto, porque se podían regrabar cuántas veces se quisiera, y volvía a estrenarse. 

En cuánto a las herramientas de tratamiento de textos, las tenían todas. Si querían darle importancia a la comunicación que iban a dar, en vez de negrillas, ó subrayado, bajaban la voz hasta el susurro, e introducían el mensaje, con la misma coletilla siempre: 

 Mira, no se lo vayas a decir a nadie, por lo que más quieras, te lo digo a ti porque eres tú… no te has enterado de que… 

Normalmente, la mayoría de las veces, la noticia era una barriga (que es como se le llamaba a los embarazos fuera del matrimonio). Entonces, el usuario, ó interlocutor, en vez de pulsar INTRO, para confirmar, exclamaba un: ¡No me digas….anda ya, mujé…¡ 

Terminado el proceso, la consulta telemática y eneática, se procedía a la desconexión. Nada de darle cien veces a escape, para abandonar la sesión, símplemente las abuelas se levantaban de su silla, y la arrastraban hasta la cocina, confirmando que estaban fuera de uso con un:         

  Me voy pá dentro, que estoy bardá de las piernas. 

Manolo Martínez

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