Llueve.
Las
primeras gotas taconean sobre los cristales y suenan como una risa nerviosa que
nos anuncia lo que se avecina.
El
chubasco maleducado va escupiendo charcos por las calles para que los niños
salten y pongan de los nervios a sus madres.
Un
chiquillo se asoma a uno de esos charcos en Dolores Quintanilla, empeñándose en
sacar de su fondo una luna llena allí caída. Coge el agua a puñados, hasta que
su madre, sonriente, le levanta la carita y le señala en el cielo el satélite
azul, para que compruebe que la verdadera, aún sigue allí arriba colgada.
La
naturaleza ya no logra sorprendernos con lluvias inesperadas porque ahora una bruja,
llamada internet, ha propiciado que la gente ya no mire al cielo para ver si va
a llover, ahora mira los móviles.
Hoy, uno se planta delante de esa bola de cristal plana y sin necesidad de cubrirse la cabeza con un pañuelo de zíngara repleto de medallitas, procede al conjuro que te abrirá las puertas del futuro pluviométrico.
Tecleando 37,28 y – 5,38, estamos introduciendo en la caldera humeante de los designios celestes, el ojo de sapo y la quinta pata de una araña virgen. A continuación pulsamos intro y ahí está: Mariano Medina forever, con su carita de amo del calabozo y su puntero paseándose por la pizarra.
Nos dice al oído con una gráfica de columnas de colorverdepradoasturiasdondepastanlasmejoresvacas, que nos avisan, y sugieren, que entre las 18 horas y las 21 horas, quitemos las ropa del tendedero y saquemos las gitanillas al patio. Que pongamos el barreño para proveernos de agua sin cal para la plancha, y que quitemos al canario de la terraza si queremos que siga siendo canario y no una bolita de pin-pon muda y emplumada.
Lo que nadie desmiente es que nunca llueve a gusto de todos, y es por esto que, el agua que maldice el nazareno es la misma que también gestiona el ánimo del agricultor.
Manolo Martínez
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