Por más que corremos cuando somos hijos, y por más que nos esperamos cuando somos padres, treinta años son, cuánto menos, una frontera complicada de transitar.
Y sin embargo, curiosamente, lo que treinta años desune, sesenta años amarra. El entendimiento entre padres e hijos nunca alcanzará al que disfrutan nietos y abuelos, porque, mientras los padres aspiramos a ser el espejo en que se miren los hijos, los abuelos son el espejo ante el que se paran los nietos.
Todos queremos vernos templados, tranquilos, serenos…, como un abuelo, pero huímos de sentirnos observados, apremiados, obligados…, es ley de vida.
Manolo Martínez
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