Juan Belmonte sentó
las reglas del toreo moderno con las tres claves de la lidia: parar, templar y
mandar, pasando del “te quitas tú
o te quita el toro” al “no
te quitas tú, ni te quita el toro, si sabes torear”.
Aquella quietud torera
llegó a la cúspide con Manolete, cuando
atornillaba sus zapatillas al albero. Desde entonces, una vasta nómina de
matadores, han ido haciendo de la inmovilidad, uno de los principales filones
para hacer dinero rápido.
Desde Antonio Ordoñez a José Tomás pasando por Diego Puerta, El Viti, Paco Ojeda o Espartaco,
todos han hecho el don Tancredo para comprarse el Mercedes y el cortijo, santo
y seña de la profesión.
Bueno, volviendo a los
valientes, a Paquirrín se le pegó al oído aquello de que la quietud era una forma de
hacer dinero.
Y lo ha cumplido a rajatabla. El tío está inactivo desde que nació. Sereno, estático, tranquilo como un practicante de zen. Su inacción y su sosiego le han proporcionado pingües beneficios. La audiencia lo aclama como un tipo campechano, simpático... ¿y quién no estaría sonriente cuando ha hecho del ocio una de las profesiones más rentables?
Él ha convertido el problema de los españoles, el paro, en una brillante carrera. Torpe desde luego no es. Al fin y al cabo ha seguido al pie de la letra la norma torera, hay que quedarse quieto, niño, y quieto se ha quedao.
Que más da si en vez de pararse delante de un Mihura de 600 kilos, se ha haya parao delante de una hamburguesa. ¿Qué diferencia hay entre la Maestranza y el McDonalds?
Di que sí, ahí quieto parao, dejando que las papas fritas y la cruzcampo te rocen la taleguilla, con dos cojones, y deja que digan, que la envidia es mu mala.
Manolo Martínez
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