CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


domingo, agosto 29, 2021

EL ENFADO

Todo necesita su tiempo. Un enfado no iba a ser la excepción. Pero, claro, lo primero es detectar que esa persona está mosqueada, porque hay gente que lo disimula, y es complicado adivinar su fastidio. Un indicio claro de que hay disgusto en la persona que tienes en frente, es verla hacer pucheros la víspera de la lágrima. Si observas ese síntoma, el tiempo que dura el enfado es perfectamente calculable si sigues al pie de la letra estos consejos: 

En una olla con agua caliente echa patatas y garbanzos. Añades ternera, tocino y hueso añejo. Ahora a desespumar, antes de que la grasa se coagule, tu colesterol te ponga a darle vueltas a la ronda norte como si fueras un pony de feria. 

Una vez quitada la espuma, cierras la olla y pones la pesa. Lo dejas  una hora, et voilá, se acabó el puchero, y con el fin del puchero el fin del enfado. Queda claro, un enfado, si tiene puchero, no debe durar más de 60 minutos, a más tardar una hora, pero si el enfado no lleva puchero, no debe vivir más tiempo del que se necesita para dar un beso. 

 El paciente amador de arriba no se entera, salta a la vista que ha visto pocos pucheros. 

Manolo Martínez

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domingo, agosto 22, 2021

LAS COSTILLITAS DEL RESBALÓN

Si hubiera una clasificación de las tapas más demandadas de Carmona, las costillitas del Resbalón estarían en el pódium seguro. Manolo, su dueño, ha hecho una exquisitez de lo simple, y eso es un arte. 

El padrenuestro del buen tapeo es la materia prima. “De la tierra, el cielo o el mar, a la cazuela”, más que un dicho es el fundamento de la cocina. Luego, la madre de los condimentos, la sal, y la buena compaña, Sancho, para compartir las buenas viandas.

Aunque en el Resbalón, si no tienes compaña, puedes salirte a la terraza y enfilar tu mirada hacia la Fuente de los Leones y su larga bata de cola, la Alameda.

Allí, mientras saboreas las costillitas, enfriándolas con una Cruzcampo, puedes contemplar el paseo de tierra por el que paseaban nuestros padres cuando eran novios, y si cierras los ojos, y abres la memoria, puede que escuches alguna de las coplas que Manolo Escobar cantaba en el cine de verano, y que aún flotan en el aire de la Alameda.


 En el Resbalón tienes costillitas, amén de veinte buenas tapas más, y buenos caldos, y si tienes un día de suerte, sales de allí con un trato hecho. Al volver la esquina tienes un banco, antes de que se arrepienta el del trato. 

 Manolo Martínez

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lunes, agosto 16, 2021

OCURRIÓ EN LA NECRÓPOLIS DE CARMONA


 "Así en la tierra como en el cielo" es un paseo por las estrellas desde la Necrópolis de Carmona y a través del cual, Diego, nuestro cicerone, nos hizo estirar las piernas entre las tumbas romanas y alargar la vista hasta las estrellas que salpicaban el cielo de agosto. Acabó encogiéndonos el corazón al recordarnos que estamos hechos del mismo material que las estrellas: carbono, hidrógeno, oxígeno..., por lo que al igual que procedíamos de ellas, a ellas volveríamos al morir. 

Es justo felicitar a la Necrópolis de Carmona, y a Pepe, su director, por esta maravillosa iniciativa. 

Durante más de dos horas, que supieron a poco, Diego fue tejiendo con su verbo largo y sus amenas maneras, una historia repleta de mitos y personajes reales, como los descubridores e impulsores de la Necrópolis (Jorge Bónsor, Manuel Fernández López y el Calabazo) una soberbia trama que nos mantuvo atentos a los treinta asistentes. 

Si tuviera que elegir dos momentos, serían estos: 

Primero, el paseo desde la Tumba del Elefante a la Tumba de Servilia, alumbrados por unos farolillos que cada uno portábamos y que, vistos desde la distancia, nos daban el aspecto de la Hermandad de las Ánimas Benditas recorriendo la noche entre aquellos caminos de piedras y con algún mochuelo silvando de cuando en cuando. 

Y el otro instante sería justo el final del recorrido, cuando todos apagamos esos farolillos, quedándonos a oscuras en el centro de la Tumba de Servilia. Cerca de las doce de la noche, Diego unió con su puntero láser la Tumba de Servilia y nuestros ojos a la estrella polar primero, para luego y llevándonos a otras estrellas que, aunque separadas por años luz, nuestro cicerone las recorría a golpe de muñeca con su láser. 



Pero, de todo lo que allí se dijo, hubo algo que me dejó cogitabundo. 

Fue, cuando al señalar una estrella, explicó que la luz que emitía había tardado casi dos mil años en llegar hasta ese mismo momento en que la observábamos. 

O dicho de otra forma, que lo que estábamos viendo pertenecía al pasado, justo al tiempo en que la necrópolis ejercía su actividad enterradora, allá por los siglos I y II después de Cristo. 

Era como si hubiésemos viajado en el tiempo. Resultaba inquietante aceptar que percibíamos aquella estrella tal y como era hacía veinte siglos, cuando en aquellos mismos caminos que ahora pisábamos, andaban también los romanos enterrando a sus romanos, y posiblemente, si creíamos en la Teoría de la Relatividad, estaban entre nosotros en ese preciso momento, aunque no lo pudiésemos ver.

En resumidas cuentas, una maravillosa experiencia la vivida en nuestra Necrópolis de Carmona.

Manolo Martínez

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domingo, agosto 15, 2021

¿CON QUÉ MOJO?

Que dice el doctó que pan no. Que si el colesterol, que si patatín que si patatán…, totá que yo le contesté al doctor que vale, que sin pan, que no sólo de pan vive el hombre. 

Pero, antes de irme por dónde había venido, le pedí, ¿opciones se dice?, pues eso, que me dijera ¿con qué mojo? ¿con qué me como los huevos fritos?, y ¿dónde pongo la mantequilla o el aceite de la tostá del  desayuno? y ¿con qué pringo la pringá?, y ¿qué le echo a la sopa de picatostes del puchero?, y ¿la nocilla, la nutella y el paté dónde van si no es en pan?, o ¿con qué mojo los tomates fritos? , ¿y la salsa del pollo al ajillo? 

Que sí, que vale, que sin pan prevenimos. Pero doctó, escúcheme usté, por favor se lo pido.

Salga usté por dos segundos de su juramento hipocrático y de hombre a hombre contésteme, sin sopa de picatostes, sin pollos al ajillo, sin nutella, sin pringá, sin huevos fritos, sin tostá con aceite... ¿se puede vivir?, ¿a que no? Me niego, yo no soy un astronauta para alimentarme con pastillitas. Vaya. 

 La cosa está clara, o usted se ha equivocado de paciente, o yo de médico. 

Contraindicaciones de este  texto: No deben leerlo los médicos. 

Efectos secundarios de este texto: Si usted se toma este artículo al pie de la letra las lleva clara con su médico. 

Fecha de caducidad de este estúpido texto: A la basura en cuánto lo hayas leído. 

Manolo Martínez


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SILVIA ÁLVAREZ

Desde los tiempos de maricastaña, en las tiendas de barrio, se les hacía un hueco preferente, sobre los mostradores de madera, a los mejores productos. Pero el precinto que les diferenciaba del resto, era la boca del tendero pegada a la oreja de la clienta chivándole: 

—Loly, de estos entran pocos en el kilo. 

...dejándole claro que no se llevara cualquier cosa, que allí tenía algo bueno. 

A menudo ocurre igual con algunas personas. Son esas que alojamos en los mostradores  más luminosos de nuestra estima. Esas que no compiten por estar ahí, simplemente están por su empatía con el mundo que les rodea. Ocupan ese espacio de nuestro aprecio porque nos ofrecen ese sanador "dime" que todos necesitamos en algún momento. 

Silvia Álvarez Merino es una de ellas y los carmonenses hemos tenido suerte de que el trabajo de su padre la trajera a nuestra ciudad.

Silvia es psicóloga y actualmente trabaja en asesoría individual y talleres grupales en la asociación ACTIVA 6. 

Es una mujer directa, rápida en sus respuestas y convencida. Es alguien que lleva años ayudando a las carmonenses desde su profesión y desde su solidaria manera de entender el mundo. Siempre abierta a cualquier causa justa que la reclame e implicada en otras, a fuerza de quitarse muchas horas de su tiempo libre. 

Silvia es una profesional imprescindible en los tiempos que nos ha tocado vivir, por eso, cuando le pido tres pautas que nos sirvan a todos para mantener el equilibrio en nuestras vidas, no tarda en recetárnoslas: 

- Hacer cosas que nos gusten.

- Tener la capacidad de expresarnos.

- Centrarnos en algo que no seamos solamente nosotros

Aprovecha para recordarnos que el miedo es un enemigo a vencer que a menudo está detrás de muchas zozobras del ánimo, y al que hay que combatir en todos los estratos de la sociedad y de las relaciones humanas. Hay que recuperar la capacidad de expresarnos sin miedo a ninguna represalia.

Silvia conecta rápido con las personas porque empatía y simpatía van en su ADN.

Ganarse la vida ayudando a las personas es todo un privilegio, aunque también es verdad que tener la capacidad de elegir las palabras adecuadas para utilizarlas como la mejor mediación para los males del alma, no está al alcance de cualquiera. 

En los tiempos más duros de la pandemia, durante el confinamiento, aconsejó a los ciudadanos a través de Televisión Carmona, de diversas Tertulias, incluso algún coloquio mediante wassap, porque lo importante era transmitir tranquilidad a los ciudadanos, cometido que conseguía con sus consejos para mantenernos física y mentalmente activos. 

Quién la conoce sabe que no estoy halagándola en vano. Es una buena persona que nos recuerda, con su quehacer diario, que la solidaridad debe ser algo inherente al ser humano. Es desprendida y generosa. Una rara avis en los tiempos que corren que pone a las personas por encima de los intereses. 

Le gusta el flamenco, el jazz, la música clásica, el blues, es decir, la que hunde sus raíces en lo auténtico, en la verdad.

 A menudo recurre a una canción de Silvio Rodríguez que necesita escuchar de cuando en cuando y que se titula “Te doy una canción”.

 Esta es la canción: https://youtu.be/5gqo5Mlfdsc  

Manolo Martínez


viernes, agosto 13, 2021

El picadero


 Mi padre, que era un enamorado de los caballos, me enseñó a tratarles. Compraba los caballos cerreros, porque le salían más baratos, y luego les daba picadero. Les dejaba la cuerda larga para que desfogaran, y empezábamos a guiarles las vueltas sobre una pista de tierra. Primero a un lado y luego al otro. De cuando un cuando un parón. Era la forma de educar al caballo.

Lo siguiente, al cabo de muchos días, ponerle la montura, para que se acostumbrara a llevar alguien encima. A continuación metía mi padre un pie en el estribo, sin perderle la cara, y hacía varios falsos intentos de montarle, a ver como reaccionaba el rocinante. 

Tras tenerlo medio estudiado, por fin lo montaba. Era cuestión de tiempo, paciencia e ir conociendo las ideas del equino porque, como las personas, cada uno era de un padre y una madre. Nada que ver unos con otros. 

Estaban los mansos, los rebeldes, los traicioneros, los nobles... como nosotros, con la salvedad de que a nosotros en vez de ponernos un cabezal y darnos vueltas sobre la tierra, la vida nos va dando problemas y la briega diaria de la rutina. 

Da igual que cabeceemos, y queramos escaparnos, estamos condenados a ser domados, y ¡ay! del que se resista. 

Si das mucha lata, igual te venden para carne, como se hacía con los caballos que nadie conseguía desbravar. 

Manolo Martínez

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domingo, agosto 08, 2021

CAMBIAR EL ANILLO DE MANO

 

Algunos puretas aún practicamos esa liturgia de cambiar el anillo de mano, y es que empieza a ser necesario. Los años no pasan en balde y nos obligan a ello. Es un viejo truco, pero funciona. 

Cada vez que no queremos que se nos olvide algo procedemos con el cambalache. Al principio nos cambiamos el anillo de dedo, luego, cuando pierde efectividad la mudanza, lo cambiamos de mano, siempre es para acordarnos de algo que no queremos que se nos olvide. 

Pero hay veces, cada vez más, como buen pureta, que no recuerdas para qué te cambiaste el anillo de dedo, o de mano. Entonces uno piensa que no sería tan importante la cosa que había que recordar si se nos fue de la cabeza.

Seguramente sería algo como sacar la basura, comprar agua antes de volver a casa, o recoger al perro de la peluquería… esto último siempre se me olvida, básicamente porque no tengo perro.


Menos mal que he dado con algo mejor que cambiarme el anillo de dedo, y es dejar una nota, con lo que no debo olvidar, en un lugar al que a diario acudo antes de acostarme, el congelador del frigorífico. 

Allí hay algo que necesito para dormirme, un helado. Me hace sentir tan bien que salivo como el perro de Paulov cuando se acerca el momento. No hay una sola noche que no abra ese cajón en el que parece haberse empadronado el invierno. 

Desde hace unos días me jode leer esa nota recordatoria que dejo encima del Maxibon. Sé que la puse yo, por eso me da más coraje todavía. La nota pone: 

PROHIBIDO COMER HELADOS, TIENES EL COLESTEROL  ALTO. 

Todos los días hago cachitos la nota, aunque luego siempre la vuelvo a escribir, eso sí, después de comerme el helado. 

Después de muchos rebechines conmigo mismo, he decidido dejar de escribir esas notitas y he vuelto a cambiarme el anillo de dedo, así no me acuerdo que me cambié el anillo para acordarme que no debo comerme el helado.

¡Ah...!, como no me acuerdo... 

Manolo Martínez

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ENTRAN POCOS EN EL KILO, FERNANDO BAEZA


Hacer la compra en aquellos años en los que se pesaba el género en una balanza con un plato de lata en un lado y un puñado de pesas de distintos tamaños en el otro, era toda una lección de vida.

El peso enfrentaba nuestras necesidades a nuestras posibilidades. Esa tira y afloja entre el tendero y la clientela, era una enseñanza imprescindible para llegar al final del día sin apuntar más ditas de las asumibles.

—Pepi, de estos entran pocos en el kilo.

Le soplaba al oído el tendero, señalándole así a Pepi la mejor mercadería, que, a menudo, coincidía con la más cara, con lo que Pepi tenía primero que echar cuentas. 

Lo mismo ocurre con esas personas que van dejando su impronta en las relaciones con con los demás, que entran pocas en el kilo, no por caras, sino por claras, por su calidad humana, como Fernando Baeza.

 Dicen que los indios Lakotas no perdían el tiempo dictándole normas a sus hijos porque sabían que la mejor norma era su propio comportamiento. Lo que haces tiene siempre más valor que lo que dices, por tanto no me digas que no fume si tú fumas.

 Fernando Baeza es un claro ejemplo de esta manera de entender la educación.

Desde que le conozco, su discurso y su conducta han ido de la mano y, aunque esto parezca una obviedad,  no es lo corriente en los tiempos que corren.

Fernando, como buen corredor de fondo que fue, ha perseverado toda su vida en cuántas actividades emprendió.

Ha sido un profesor ejemplar que inculcó a sus alumnos el amor al deporte, hasta el punto de hacer de éste una filosofía de vida. No hay día que no le veamos con su bicicleta y su casco callejear por Carmona para ir a dar clases, para comprar el pan o para  entrenar con sus compañeros de tenis de mesa, el deporte con el que ha paseado el nombre de Carmona por toda Andalucía, consiguiendo hacer de este, en un principio minoritario deporte, una disciplina deportiva a la que muchos jóvenes carmonenses han optado gracias a la generosa entrega de este incansable hombre.

 Pero, Fernando es, por encima de todo, un tío legal, de los que, cómo se decía antes, se visten por los pies, de los que entran pocos en el kilo. Hasta su paso por la política fue discreto y con una retirada digna, con lo difícil que son ambas cosas en esos pantanosos terrenos, que él supo impregnar de honestidad y de trabajo, únicas premisas para ser respetado tengas el color que tengas. 

Fernando empezó a entrenar siendo un niño, y hoy, un señor en la plenitud de su vida, sigue haciéndolo con el mismo entusiasmo.

Es un buen tipo al que me honra haber conocido, y con el que me queda la espinita de, a pesar de haberle disputado más de un partido de tenis de mesa, nunca haberlo ganado. Está claro que es mejor.

Manolo Martínez

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