Este
baño está en el fin del mundo, en un hotel de Finisterre, una vista sin par
para filosofar.
Y a pesar de ser cosas tan
distintas, pueden acabar matrimoniándose ambas, en los asentamientos diarios,
bajo la luz ténue del cuarto de baño.
Puede que la denominación del trance sea injusta y nos
confunda. Lo escatológico de sus fonemas nos hace olvidar las bondades de su
ejecución. No existe un acto menos egoísta, y más desprendido que el que nos
ocupa. Si se pudiese derogar ese bautismo torcido, y buscarle un seudónimo fiel
a su natural designio, no habría reparos en hacerle partícipe de cualquier
conversación, sin que el rubor fuese el efecto secundario adherido al
pronunciamiento de su nombre. Ni que fuera Lord Voldemort. En
la soledad del baño, con los pantalones esposando los tobillos, y con la
postura del Pensador de Rodin, divagamos sobre el texto a
elegir en la biblioteca del baño. Geles, champús, desodorantes, colonias,
aceites, hidratantes, exfoliantes…la elección se corresponderá con la urgencia,
y viabilidad, que ese día precise el proceso. En las resoluciones rápidas, los
textos de las colonias son los mejores. Escuetos, de fácil comprensión (agua de
colonia, punto). Si por el contrario, el fallo se dilata, los geles suelen
vestirse con etiquetas más abundantes en sus consideraciones, haciéndonos más
amena la espera :”Déjese seducir por nuevas sensaciones en la ducha, este
gel está enriquecido con extracto de miel y leche hidratante, ingredientes
utilizados desde la antigüedad, con extractos de esto y de aquello y lo de más
allá. Dermatológicamente testado”. A continuación se repite el texto
íntegro en 4 idiomas, con lo que de camino que…nos hacemos políglotas.
Y, en cuando finiquitamos el conflicto con el final de nuestro tubo digestivo,
con un postrero aprieto, mientras adherimos nuestros muslos desnudos, a la fría
blancura de nuestro íntimo solio, nos inundan las palabras de Marguerite
Youcenar en su Memorias de Adriano, cuando
aseveraba que no somos más, que una amalgama mal compuesta, de fluidos y
podredumbre. Y mientras el cinturón nos regala un agujero más, nos relajamos
con el rumor del agua albañal abajo. Con qué poco somos felices.
por Manolo Martínez