Tiene Carmona una playa redonda y sin arena. Unas sombrillas gigantes y verdes, la custodian gratis y perennes.Tumbonas de hierro perforado, se alquilan por el módico precio de unos minutos de paciente espera. Un litoral circular nos oferta en sus pequeñas calas, una visión lúdica de la vida. Sobre las barras y veladores, desfilan seductores gambas, calamares y caracoles. Todos debídamente uniformados con manzanilla, rioja o una cerveza, rubia y fría como la Merkel. El termómetro cacique afloja un milímetro las riendas, y haciéndole un guiño a Eolo, alivia un sudor caudaloso .Al final de una parábola, un iglú de asfalto nos conmina a visitar su interior. Sabores a fresa, limón y vainilla, toman cuerpo en las manos artesanas de unos valencianos de Carmona.
Siguiendo una trayectoria curva, llegamos a la última orilla de nuestro peculiar litoral. En ella conviven, anclados, los dos buques insignias de nuestras vidas: la salud y la fortuna. Cada uno en un extremo, separados por ese remedio intermedio, que son las sucursales de Baco. Con la tarde, baja el sol y sube una “marea humana”, que inunda ésta, nuestra playa de Carmona. Un faro sonoro, que no luminoso, guía a los navegantes de la noche, a golpe de campana.
En apenas una hora, balones y bicicletas,
llenan la redonda playa, y hacen de astados rodantes, que cornean una y mil
veces, a veinte torerillos valientes, de goma y sin sangre. Un cielo generoso, aúna a todas las almas. Y la
misma Luna que mira esta noche de verano un jeque árabe desde su yate de eslora infinita en el
puerto de Marbella, es la que yo veo
sentado en la terraza del Goya,
“jartito” de boquerones.
Claro que el
jeque no tendrá que levantarse mañana a las 7, por lo demás…
Cruzamos, sin corazas ni precauciones, unas
murallas, antaño infranqueables. La
puerta de casa nos pide la contraseña. Nosotros, al tercer intento, se
la damos en forma de llave.
Una
almohada paciente escucha
nuestras quejas reencarnadas en bostezos y ronquidos. Son las 2 de la mañana
cuando Morfeo nos convence. Sobre
las 6 a.m.,
motos, coches y gallos insomnes, bombardean nuestros oídos y nos expropian el sueño. Por decreto,
como debe ser.
Manolo Martínez
Redonda*...(referido a la rotonda, claro, pues la plaza, como bien me han corregido es cuadrada)