Mi pinza morada:
¡Que frío hace aquí arriba! Desde la azotea veo toda la bahía pero mientras oteo hacia el sur, el viento
del norte me hiela el cogote y me anuncia que, corto pero con brío, Febrero está llegando. Si fuera capaz de
creer en San Valentín, si olvidara, por unos momentos, su reclamo comercial, quizás te escribiría una carta. Se estaba tan a gusto en la habitación del ordenador que pensé en olvidarme que, hacia rato, la vieja lavadora había dejado de zumbar, quejicosa, tras centrifugar a duras penas una ristra infinita de pequeños calcetines de colores, un ejército húmedo de braguitas y minislips pulcros, derrotados por la acción del detergente. Y tuve que elegir una vez más entre la literatura o el barreño.
Desde que comenzamos a vivir juntos y empecé a subir a la azotea por comandita amorosa no escrita –
yo lavo, tiendo y recojo; tú planchas y ordenas- , me entretengo en personalizar los colores de las pinzas: tú
siempre has sido el morado y yo, el rojo. Luego vinieron Ramón y Estrella que fueron verde y azul,
respectivamente, y esta especie de sinestesia familiar mía se hizo mucho más rica y complicada. No recuerdo
cómo ni cuándo empecé con este juego pero me gusta imaginar el diálogo que mantienen al surgir de dos en
dos, azarosas, de la vieja bolsa de tela. Me agrada que la primera vez salgamos juntos, en pareja: es para mí
señal inequívoca de que ese día caminaremos a compás y , cuando salen seguidas sólo rojas o moradas, me
paro a temerme rencillas venideras. ¡Te sorprendería el ajetreo de coco que me traigo mientras tiendo la
ropa!Cuando los más peques se expresan amor en la guardería o en la arena del parque, comparten sus
mocos que luego, cuando tengan edad y MP3, se convertirán en lágrimas al oír las canciones de Alejandro
Sanz – lo que en nuestra adolescencia eran versos de Bécquer o Neruda , que horror - y anuncian la furiosa
pasión de la juventud, tan reciente la tuya, tan lejana la mía…
Cercano yo al medio siglo, con diez febreros amarrado a tu cintura y dos ramitas verdes chupándonos
la savia , la paz y el cariño, descubro que mi amor se ha convertido en la dulce rutina de cruzar fronteras
contigo, explorar de tu mano, tan novata como la mía, territorios que nunca imaginé visitar: continentes tan
importantes como tu cuerpo sí, pero también patrias tan cercanas como la cocina y la lista de la compra,
parajes necesarios como las tutorías o el pediatra; enfrentarnos en el camino con piojos, lágrimas y bacterias, y pasear a Rizos por el pinar y subir cada día a la azotea a escribir en el viento la crónica inquieta o satisfecha del presente, del trabajo y la vida compartidos, a adivinar ansioso el futuro en el desfile de las pinzas de plástico.Y hoy me emociono,¿sabes?, porque en el fondo de la bolsa sorprendo dos de ellas escondidas, acolleradas, morada y roja, mordiéndose las bocas en amoroso pellizco. ¿Las pusiste tú así? ¿Te conté, alguna vez, detalles de mi juego loco? No, seguro que no . Fue el azar, incierto pero nunca casual, o quizás quedaron así como rastro de algún juego párvulo, de algún asalto infantil y clandestino a la bolsa. Sea como fuere, me susurra el viento, mi amigo rey de los terrados, que las deje así, amantes furiosas, aunque mis calcetines blancos se queden huérfanos de cuerda y sol: ¡ qué presagio mejor , qué confortable retaguardia encontraré que supere a su furioso abrazo en el fondo mi talega de los augurios!
Te quiero en el viento que, al fin, me escolta y me expulsa de la azotea acarreando el barreño, renovada su carga con las sábanas secas que cambiamos el fin de semana, mientras azuzo a Rizos – ella, la última en llegar, es , en mi juego, la única pinza de madera que habita la bolsa - para que baje los escalones con el baile lento de sus patitas peludas; te quiero en el olor a suavizante, en los versos, las canciones y en la cantinela cansina de las tablas, en el repaso cotidiano de las lecciones de “Cono” o de “Mates”. Amarte- aún estoy, estamos, aprendiendo - es compartir los besos y la vida, el detergente, la cuenta corriente y los abrazos, los amaneceres en el mar y las madrugadas insomnes contra la fiebre y los vómitos, las banderas mil veces quebradas y otras tantas remendadas de nuestras utopías- las pequeñas, las gigantes - y la cabalgata semanal de la ropa blanca en el terrado. Debía haberte escrito todo esto en una carta pero Rizos ya raba a mi alrededor pidiendo aire libre y la ropa tarda más en secar al sol de Febrero y lo que tocaba de verdad, de verdad, era tender la ropa. Te quiero.
La pinza roja
( Juan Rincón Ares)