Belén Esteban, mito socioemocional y paradigma de cómo llegar “arriba” siendo ordinaria, en vez de extraordinaria.
¿Hacia dónde va una sociedad en la que, un cirujano plástico, gana sobre los 180.000 euros anuales, un piloto, alrededor de los 150.000, un abogado puede rondar los 40.000, y Belén Esteban, sin operar, pilotar, ni pleitear, se embolsa un millón de euros? Haciendo una regla de tres simple, vale tres veces más un: “Andreíta, coño, cómete el pollo”, que 20 años memorizando hasta el último músculo de la anatomía humana, las contraindicaciones de 5000 fármacos, saberse el código penal y civil del derecho y del revés, y retener tochos y tochos de aeronática, meteorología, historia de la aviación, etc, etc, hasta completar las tres carreras. To be or no to be. Sus armas son la rudeza y grosería, la insolencia e incultura, la chabacanería y vulgaridad, todas alzadas al solio televisivo por un simple revolcón con un torero. No hay ninguna empresa en el mundo de las finanzas, ni siquiera de las creadas en los años del pelotazo, que haya revalorizado tanto sus acciones como aquella noche de amor. La Esteban sustenta su poder en dos pilares: su cagabulario y su teatral caída de párpados. No hay más. La caída de párpados de la ingeniera del morro, no es casual, sino causal. Es el resultado, el punto y final, la conclusión, el subrayado argumental. Ese apagamiento, cadencioso y medido, de sus ojos, deja a la audiencia a sus pies. Todos los grandes precisan de una rúbrica que les identifique y diferencie del resto de los mortales, como la falda al viento de la Monroe, o como el bigote de Groucho, cuando, la Esteban, cierra los ojos, se abren las aguas del Mar Rojo. Es, como si España fuera Andreíta, y Belén nos dijera: “Come y calla”. La pobreza intelectual lidera los índices de audiencia, y los programas que llenan las arcas del ente público, se han convertido en unas nuevas Hurdes para el entendimiento. Si cada vez que, Belén, excreta fonéticamente, España le hace la ola, ó si cuando arremete contra el macho-vara de Ubrique, su ex suegro, el plató echa fuego, aplaudiendo cada cagada suya, la enfermedad está localizada. No hay fiebre, pero hay infección. El enfermo necesita tres cucharadas soperas de lectura, una al levantarse y dos al acostarse. Si en quince días no remiten los síntomas, habrás que extirpar el lóbulo frontal. Que, por Dios, no tengan nuestros bisnietos que leer en los libros de texto:
“…descendemos del mono y ascendemos a Belén Esteban”