CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


miércoles, abril 28, 2021

REGOGIENDO UN PREMIO LITERARIO EN TORREMOLINOS


Comparto este vídeo que Televisión Torremolinos ha tenido la deferencia de enviarme como recuerdo de la noche que tuve la suerte de recibir, de manos del Alcalde de Torremolinos, el premio a un relato mío. 

Cantaba Serrat aquello de que, de vez en cuando, la vida te besa en la boca. Yo me traje esa noche para Carmona uno de esos besos de tornillo, no sólo porque hubiera gente a la que le gustase lo que yo escribía, sino, sobre todo, porque había gente que me entendía, que compartía conmigo el amor por la escritura, sin más pretensiones que la de seguir escribiendo. 

Aparecen en este vídeo, compartiendo mesa y premio, aparte de una guapísima compañera, Manuel Terrín y Santiago Casero, hoy día escritores consagrados y cargados de reconocimientos literarios. 

Aprovecho la ocasión para agradeceros a todos los que tenéis la generosidad de leerme, incluso comentarme. Sinceramente, un honor. 

Manolo Martínez

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domingo, abril 25, 2021

EL MILAGRO de los PECES y los HELAOS


"Ya está aquí Molina con la vitamina", pregonaba aquel buen hombre por las calles de una Carmona en blanco y negro. Eran los tiempos en que los niños merendábamos pan con chocolate mientras nuestros mayores hacían cola en la feria para ver a Manolita Chen. 

Por las mañanas, Molina nos proveía de pescado, a veces fiado, en aquel maravilloso carro. Luego, por las tardes, cuando mandábamos a dormir la siesta a nuestros padres para que nos dejaran jugar, aparecía de nuevo Molina, pero a esas sigilosas horas del  verano, aquel tri-rueda acarreaba en su interior un milagro. 

Los niños nos subíamos a la rueda chica para observar el extraordinario acontecimiento. Aquel mago se remangaba la camisa por encima del codo para demostrarnos que no había truco. 

Entonces, Molina sacaba de la oscura barriga del carro un artilugio rectangular lleno de helado de vainilla que con oficio vestía con dos galletas. Los más niños nos preguntábamos. ¿pero cómo extrae vainilla de dónde esta mañana sacaba pescaíllas? 

Yo no he visto en toda mi vida un milagro más barato. Por dos reales te convertía Molina el pescao en vainilla. 

Si cierro los ojos, y sintonizo el recuerdo, lo escucho perfectamente: 

¡Niñaaa...ya está aquí Molina con la vitamina! 

...y me rebusco en los bolsillos dos reales, pero que va, sólo tengo cinco euros, hoy día, ni pa pipas.

Manolo Martínez

miércoles, abril 21, 2021

ANDANDO POR LA VIDA

Andar por la vida no es fácil, ni difícil, sólo depende de como esté el camino elegido. Hay días que parece que estás caminando descalzo por un suelo lleno de chinchetas. En cambio otros se te abren de par en par como la risa de un niño de cinco años. 

Se trata de, conociendo el paño, la imprevisible vida, tener un mínimo fondo de ropero para ataviarte según convenga. 

Para los días de chinchetas, una sonrisa con la suela de goma que nos amortigüe el pinchazo, y para los días buenos nos desnudamos, que las palabras y el sol nos recorran la piel de arriba abajo. 

Manolo Martínez 

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domingo, abril 18, 2021

...SI ME QUERÉIS, IRSE


 Hay momentos en la vida en que uno quiere estar solo. Es más, necesita estar sólo, por las razones que sea, o porque te lo pide el cuerpo entero. Pero está Murphy, el imbécil de siempre, para recordarnos que si algo puede “salir” mal, saldrá mal. 

Y justo ahí, en el aprieto, cuando la circunstancia requiere sosiego, empiezas a escuchar al impertinente de turno untándole prisa al trance, mientras golpea con los nudillos dos veces la puerta que te separa de la ignominia: 

Oiga… ¿le queda mucho?, te pregunta aquella mala persona.


Si te concedieran en ese mismo instante un único deseo lo tendrías claro. Escaparte de ahí, como el cabrito que vemos en la foto, por el agujero más chico que hubiera. 

Pero en larga cola del baño no está el genio que concede los deseos, sólo hay prostáticos y niños con las rodillas juntas mientras sus manos estrangulan al único inquilino de sus braguetas. Entre tanto, sus madres gritan desde la fila sin soltar al niño de la mano: 

—Pero…, ¡por Dios!, ¿Qué está haciendo? Lleva una hora ahí dentro. 

Tú inspiras, repasas uno por uno tus chakras, y esperas a que una gota de sudor frío que baja despacio por tu frente se frene en la ceja. Entonces reúnes las escasas fuerzas que aún conservas tras los fallidos intentos y susurras, arrastrando la voz junto al retortijón: 

—Ya vooooy… 

…pero es mentira, no puedes ir todavía. Menos mal que te acuerdas de la Lola, y con una mano agarrándote los pantalones a la altura de las rodillas y la otra abriendo la puerta, asomas la cara blanca porque la sangre no le llega, y le gritas  a la fila:  

—Si me queréis…irse. 

Manolo Martínez


sábado, abril 17, 2021

CASA GAMERO (BAR-COMIDAS-CAMAS)


Barriendo el pasado con los recuerdos, me encontré en un rincón de mi niñez Casa Gamero, aquel bar de la calle San Pedro dónde se celebraban bodas, bautizos y comuniones. 

Allí debutamos el día de nuestra primera comunión, cuando aún teníamos el tiempo a espuertas, con un traje de almirante repleto de galones que nuestras madres pagaron a dita. En menos que canta un gallo, nos escapamos de aquel uniforme blanco lleno de manchas de chocolate y nos colgamos en la boca nuestro primer cigarro. 

De la primera calada al primer beso, un par de veranos, y como testigo de aquellos  primeros lances, Antonio, aquel camarero de Gamero que te colaba en las bullas del fin de semana si al pasar a tu lado le soplabas “El árbitro le robó ayer el partido al Sevilla”... 

...entonces, Antonio, se giraba sobre sus pies, echaba la bandeja llena de vasos vacíos para un lado y acercaba su cara a tu oreja: “¿Lo viste? ¡Qué cabrón! ¡Cómo se le veían los colores! Ese no pisa más el Sánchez Pizjuán” 

En medio de la conversación le ibas pidiendo: “Antonio…, un pez de espada, dos hígados a la plancha, una empanadilla... tienes razón, ese no pisa más el Sánchez Pizjuán... y cuatro cañas" 


En Gamero nos tomábamos la primera (antes de tirarnos al ruedo de las discotecas) y la última, en la que nos poníamos al día de cómo nos había ido la noche. Uno lloriqueaba porque otra vez le habían dado calabazas,

—...pero chiquillo, si  ya te dijo que no la semana pasada, ¿porqué insistes? 

...otro chuleaba de haber robado media docena de besos. Y entre el llorón y el futuro Arturito Fernández, el enteraíllo, rellenándonos, las jarras de cervezas, y la cabeza de consejos. Aguantábamos estoicos el tirón, atornillados a las sillas como Manolete al albero, porque allí nos comíamos la mejor tapa que nunca ha habido, ni habrá, en esta villa o ciudad: el Huevo a la Bechamel de Gamero. Benditos por siempre jamás, Pepe y Elías, sus cocineros. 


En el salón de abajo, las parejitas elegían sus canciones en una sinfonola. "Ojos brillantes” de Garfunkel, "Perdóname" de Camilo Sesto o "Cara de Gitana" ¿alguien recuerda el nombre de su cantor? Cambiábamos de canción a medida que cambiábamos de novia, ¿o era el revés? ¿Eran ellas las que elegían la canción y al besador? Más bien... 


A mi peña, "El Búcaro", que nació en aquella barra de acero inoxidable. Y a la memoria de Antonio y de los hermanos Gamero, que nos criaron entre sabores y conversaciones.

 (Gracias a María Jesús Muñoz y a Carlos Martínez por las fotografías y la cuenta) 

Manolo Martínez


lunes, abril 12, 2021

Darwin, Paquirrín y Galileo, las ovejas negras que cambiaron el mundo

 

Son las ovejas negras las que cambian el mundo. Fue Galileo Galilei el que afirmó que era la tierra la que daba vueltas alrededor del sol, y aunque se le condenó por hereje, a día de hoy seguimos dándole vueltas.
Un puñado de años más tarde, Charles Darwin, y su Teoría de la Evolución, fue despreciado por la iglesia por afirmar el científico que descendíamos del mono, y cada día nos parecemos más al primate.


A propósito, Paquirrín le ha plantó cara al mismo Dios, desmintiéndole en aquello de "Te ganarás el pan con el sudor de tu frente"
Estas tres ovejas negras han cambiado el mundo. Nos han enseñado que la somos nosotros los que giramos alrededor del sol, que se puede bajar de los árboles y ponernos de pie y que ya no necesitamos trabajar ni estudiar para comer.
Ovejas negras, benditas ovejas negras



Manolo Martínez


domingo, abril 11, 2021

La reina y el príncipe Carlos


Esta fotografía refleja uno de los trabajos posíblemente más duros a los que el hombre se tiene que enfrentar, el cambio del rollo de papel higiénico. 

Hemos soportado bajar a una mina a cientos de metros bajo tierra y resistido la escalada a las montañas más altas del mundo. Nos hemos sumergido en las aguas más profundas de los océanos buscando nuevas especies marinas y hemos conseguido poner una bandera en la luna. 

Sin embargo no tenemos cojones de sustituir el papel higiénico en el portarrollos del baño. Esa pesada cruz no está al alcance de cualquiera. El agotamiento que produce ese recambio debe ser de tal calibre que ni siquiera hay registrados intentos.                                                   



Es como si tuviésemos el síndrome de la reina de Inglaterra, que teniendo el recambio a mano, nos quedamos con el cartón desnudo, como si fuera la reina dando vueltas por los alrededores de “palacio”. 

Algo oscuro y siniestro debe haber en esa insufrible faena para que nadie la atienda, y eso que es oficio de tonto, sacar y  meter. 

 ¿Qué ocurre en ese trance que nadie habla de él? 

Si alguien lo sabe que lo cuelgue aquí. No el rollo, no el de papel. Jamás se me ocurriría exponeros a tal estrés. Me refiero a si alguien conoce algún porqué, alguna razón que arroje luz a este fastidioso recambio.                                        

                                                             Manolo Martínez

 

ME ESTOY HACIENDO VIEJO


Hace veinte años me compré un reloj de marca en una platería de Granada. No lo hice para fanfarronear con la firma, sino porque estaba a mitad de precio. Al cogerlo del escaparate me advirtió el joyero que lo malvendía porque tenía un defecto de fábrica. Su calendario marcaba 35 días en vez de 31. 

Siempre tuve claro que la riqueza consistía en “ajuntá” años y no euros, por eso me pareció genial que aquel “tictac” escacharrado me regalara cuatro días cada mes. 

Sé que me estoy haciendo viejo, no porque mi reloj sume más días de la cuenta, sino porque ya hago, y digo, las mismas cosas que antes me daban coraje de mis mayores.

Por ejemplo, entablo conversación con los presentadores del telediario, como hacía mi abuela. Les doy las buenas noches, les llamo mentirosos, incluso les insulto cuando no me gusta lo que me están contando. También empiezo a decirle a mis hijos lo mismo que me decían mis padres:

 “Lo de antes sí que era música, lo de hoy es ruido”.

Aunque la frase que ha dado el pistoletazo de salida a mi vejez es cuando le pregunto a mis vecinos:

 ¿Sabes quién se ha muerto?

¿Han escuchado ustedes a algún joven hacer esa pregunta?

...llegado este punto apetece bajarse de la ya larga escalera del pasado y disfrutar de la vista que el mar del presente te ofrece cada día desde que amanece.


A la salud de todos ustedes


Manolo Martínez

domingo, abril 04, 2021

SIDDHARTA Y EL CORONAVIRUS

 Hay rodando por las redes sociales un post que dice así: 

“Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean tiempos fáciles. Los tiempos fáciles crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles” 

Puede que esta reflexión explique la postura irresponsable y egoísta de muchos jóvenes (que no todos), cuando organizan fiestas privadas y se reúnen por cientos obviando que esta pandemia está matando a tantas personas en todo el mundo. 

Las generaciones de nuestros padres y abuelos tuvieron que sobrevivir a una guerra, al hambre y a muchas necesidades básicas, y ahí tenemos ahora su ejemplar y solidario comportamiento. Aquellas circunstancias les hicieron fuertes. 

Pero esos hombres luchadores crearon un mundo peligrosamente fácil para sus hijos y nietos, tanto, que sin saberlo formaron jóvenes débiles. Engendraron a millones de siddhartas sobreprotegidos. Jóvenes a los que les hemos evitado la dureza de la realidad, como hicieron con Siddartha, que no supo que existía la enfermedad, la vejez y la muerte hasta que se escapó de su palacio. 


Son muchos los jóvenes de hoy que no conocen lo que es un NO, que se frustran si no pueden comprarse las zapatillas más caras, o si no pueden ir a una fiesta. Son tan débiles que juegan a diario con la vida de los demás. Y ahora, su debilidad está creando un tiempo difícil, y vuelta a empezar… 


Manolo Martínez

CATAPLEXIA


El pasado 10 de marzo tuve que pasar una noche en el Hospital Virgen Macarena de Sevilla. Me senté en una sala de espera vacía, por mor de la pandemia y los protocolos, sin más compañía que el ruído de alguna puerta lejana abriéndose y cerrándose. 

Me puse los auriculares y mi música. Giré tanto la ruedecita del volumen para dejar de escuchar las puertas, que casi la rompo. Cerré los ojos. 

No habían pasado veinte segundos cuando sentí una mano llena de dedos en mi hombro. <<Ojalá Cardiología esté cerca>>, pensé mientras mi lengua echaba mi corazón hacia atrás porque se me quería salir. No era miedo, era terror. Tragué saliva, me retiré los auriculares, y abrí solamente un ojo, por si tenía que volver a cerrarlo. 

—Buenas noches, me dijo un hombre de mediana edad y con barba. 


A partir de ahí empezamos a hablar de lo que hablan dos desconocidos que se encuentran en el médico. Entretanto mi corazón había bajado al pecho dejando libre mi boca. M me contó (le llamo M porque esto que les cuento sucedió realmente y, por respeto, quiero guardar la identidad y procedencia de este señor), como iba diciendo, me contó que venía de un pueblecito de Cádiz para hacerse unas pruebas, porque allí no tenían los medios necesarios. 

Intenté ser delicado y no le pregunté cuál era el mal que le aquejaba, pero no hizo falta. M. tenía ganas de contarlo, de todas formas, supongo que pensaría, no me iba a ver más, y el hombre tenía ganas de acortar la espera de la noche charlando con cualquiera. 

—Zabe usté… yo es que zoy mu zenzible, —me dijo aquel buen hombre con el ceceo propio de Cádiz. 

—… pero eso es bueno M., no es ninguna enfermedad, —le dije yo intentando ser amable 

—Zegún ze mire… la última crizi que tuve fue porque cuando tuve un pescaíto en mi mano, lo vi tan chico… que me dio mucha lástima… 

—¿Y dónde está el problema? A todos nos dan ternura los animales pequeños…

—…pero es que yo soy pescaó… ¿cómo me voy a ganar la via? 

—Entonces, ¿no se lo comió? 

—¿Comérmelo? Con la pena que me daba… quise devolverlo al mar, pero no me dio tiempo… perdí el conocimiento, como ziempre. 

Mientras M se desahogaba conmigo, yo miraba para todos lados por si había una cámara oculta, porque nunca había escuchado algo así. Cuando me vio la cara el buen hombre me dijo que si yo no había escuchado al Évole hablar sobre su enfermedad. 

Era cataplexia, aunque M no dijo cataplexia, dijo algo parecido. Lo miré en el móvil cuando fui al servicio a coger aire. Las personas que la padecen pierden el tono muscular con las emociones.

Cuando le avisaron por megafonía para que pasara a hacerse la prueba, me despedí: 

—Espero que le vaya bien. Si le veo por B. (el pueblo del que venía) nos tomaremos juntos unas cervezas con chanquetitos…uy… perdón, perdón… cervezas solas, sin pescaíto.

Manolo Martínez


sábado, abril 03, 2021

TRAMPANTOJOS

Decía “El Triguito”, aquel entrañable personaje de Carmona: “Hay más hijos putas que piedras de mechero”

...y no se equivocaba, como casi siempre, aquel filósofo de la calle, porque además él los veía venir de lejos.

El trampantojo busca engañar al ojo. Nos hace ver algo que no es. 

Trampantojos fraguan los pintores y los cocineros, haciéndonos creer que un niño sale desde el interior de un cuadro o que lo que hay en el plato para comer es un puro habano, como hacen en el Restaurante Eslava de Sevilla, y resulta divertido, cuando conocemos la fullería claro. 

Otra cosa es si no descubrimos la zancadilla, como ocurre en tantas ocasiones en los tiempos que corren. Por ejemplo, un trampantojo es la letra pequeña, esa que ninguno leemos cuando firmamos cualquier contrato o hipoteca con los bancos. Buscan con su ilegible brevedad precisamente eso, que firmemos sin conocer cláusulas que nos harían echarnos para atrás en el trato. 

 Trampantojos son los amigos falsos, esos que te ponen el brazo encima del hombro los cuatro días de feria y lo dejan allí olvidado. Y ahí que vas tú paseándote por las casetas con el brazo de la criatura adornando tu hombro, sin poder despegártelo. La mejor forma de quitártelo de encima es decirle que tienes un problema. Desaparece el brazo y el amigo. A mi me funciona. Pruébenlo. 

viernes, abril 02, 2021

La almohada


 Nuestras madres se daban por satisfechas si de niños comíamos y dormíamos. Hoy, cincuenta veranos más tarde, nos tienen que quitar la cuchara de la mano para que dejemos de masticar, pero algún agujero tendríamos en los bolsillos que el sueño se nos quedó por el camino. 

Observando el plácido sueño de Charlot, cavilo sobre lo que hizo para entrar en trance. De momento, seguro que no se acostó mirando el móvil, como hacemos todos. Tampoco creo que se metiera un plato de espaguetis a la bolognesa entre pecho y espalda antes de llamar a Morfeo. 

Pero lo acostarse con hambre y sin mirar el móvil porque se quedó sin batería, alguna noche también lo hemos hecho todos, y aún así nos ha cantado el gallo con los ojos como platos. 

Resuelto. Es la almohada la que nos tiene en vela. Ni de plumas, ni de cervicales, ni la viscoelástica de Alohe Vera. Ya estoy buscando una almohada de perro, de perro vivo claro, porque estoy seguro de que es el vaivén de la barriga del can respirando, el que nos meterá el sueño en el cuerpo, como cuando nos mecían en la cuna que nos quedábamos KO. Lo dicho, almohada de perro. ¿Las tendrá Ikea? En Amazon seguro.

Manolo Martínez

jueves, abril 01, 2021

La tabernilla de Aroca

La tabernilla de Aroca estaba frente a la casa del Tirri y del Huerto Ruiz, en la calle San Francisco. Juan Aroca, su dueño, abría la parroquia entre las cinco y las seis de la mañana y la cerraba cuando se iba el último, de ahí que el buen hombre durmiera cuando podía y dónde podía. 

Era fácil entrar y verle dando la cabezá en el primer velador que había junto a la barra. Tenía una clientela tan fiel que casi conformaban una familia. Tejá el vaquero, los tirris y morentes, los gorriones, Valverde el lechero, los magañas, chaleco, Kiki el de los borricos... 

En el lateral de la tabernilla había una ventana más chica que grande, por la que María, la mujer de Aroca, despachaba a los niños una casera para comer, vinagre, o cualquier otro mandao que nos encargaban las madres. Los olores que se escapaban por aquella diminuta ventana perfumaban la calle con los guisos de María. 

Eran otros tiempos, peores por unos trabajos precarios, y mejores porque los tratos de los hombres se cerraban con un apretón de mano, y esa rúbrica tenía más credibilidad que la de cualquier director de banco. 

(A la memoria de mi padre, que tanto apreciaba a Juan, y que siempre se tomaba allí la cerveza tras la dura jornada de trabajo)  

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