CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


domingo, noviembre 28, 2021

LA ESPALDA DE CARMONA


 A Carmona le pasa como a las mujeres guapas, la mires por dónde la mires, está de buen ver. Todos nos prendamos de los ojos de Carmona, la Puerta de Sevilla. 

Son los que nos miran cuando atravesamos sus murallas, camino de su redondo ombligo, la Plaza de San Fernando, hasta llegar a su corazón, Santa María. 

Sus calles, como brazos, nos abrazan mientras las paseamos hasta llegar a su espalda, el campo, que se derrama desde la terraza del hotel Alcázar de la Reina hasta las Cuevas de la Batida. 

Decía la gente de la quinta de mi padre, que la espalda más bonita del mundo era la de Kim Novak, la bruja que les enamoró y la que les provocó en Vértigo, pues algo así es lo que nos suscita la espalda de cielo y campo de Carmona. 

Manolo Martínez

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Cuidaíto con el Licor d´amour


El día de Nochebuena comíamos en familia, como estaba mandado, luego, los que pasábamos de los quince años, teníamos permiso para salir a dar una vuelta con los amigos. La primera parada siempre era en casa de Manolo. 

Allí nos recibía su madre con la botella lila de Licor d`amour en la mano. No estaba malo, ni tampoco bueno. Aquella botella era como los biberones mágicos de las muñecas, por mucho que bebiéramos de ella, al año siguiente la botella seguía igual, medio vacía medio llena. 

La madre de Manolo, como todas las madres, nos despedía con un "tené cuidaíto" en cuya entonación irónica incluía todos los cuidaítos que había que tener en aquellas edades: cuidaíto con la bebida, cuidaíto con el tabaco, muuuucho cuidaíto con las niñas. En este último cabían innumerables vigilancias que no sería elegante enumerar aquí. 

Con el Licor d´amour en la barriga y los cuidaítos dando vueltas en la cabeza, aparcábamos nuestros cuerpos en la barra improvisada de un solar techado que nos había prestado el padre de uno para el guateque navideño. 

Allí edificamos, con tabiques de plástico negro, la casa de navidad. Un plástico separaba la barra de la pista de baile, y otro componía una salita de estar con un sofá y mucha oscuridad, salita en la que nos escondíamos para darnos besos y arrumacos. 

Cuando "volvías" a la fiesta, desde el sofá, llevabas la felicidad reflejada en la cara. Entretanto ellas recomponían sus despelusadas caballeras y tú te "atacabas", remetiéndote la camisa por dentro del pantalón, mientras pensabas: ¡Vaya con el Licor d´amour de Carmela!

Aquello sí que eran navidades. 

Manolo Martínez

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domingo, noviembre 14, 2021

CUANDO NO SE PODÍA COMER CARNE


  Mi amigo Jesús me ha enviado esta lista de precios de los tiempos en que la carne, o era un privilegio que solo podían permitirse unos pocos, o era pecado, atendiendo a la cuna: vega o lupanar.

En cualquier caso, lo que mandaba era el jornal, que por aquellos años, para cualquier bracero de Carmona, rondaba las cinco pesetas, o diez, cuando el trabajo era a destajo.

Tiene su gracia, Jesús, el tema de "las carnes", digo. Antes, cuando el pueblo podía comerla, no podía pagarla, y ahora que podemos, el pueblo digo, nos llenamos la panza de verdura, y todo para conservar la misma talla de pantalones. Que vergüenza, Jesús.

 El 16 de abril de 1935, dos días antes de que mi padre naciera, mientras Carmona comía tocino a 2,85 y pella a 3 (pesetas), Frankenstein nos presentaba a su novia por los cines de medio mundo, y  Cole Porter nos ponía la lágrima en el ojo cantando "Begin the Beguine".

Trece meses después, trece, se declaró la guerra y, beguin the beguine, todo se fue a la mierda, todo, menos la lengua de las mariposas.

Manolo Martínez

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ABUELOS


Los abuelos son niñeros de cinco estrellas, pero sin convenio, ni horarios ni sueldos, pero nada reivindican, se sienten pagados con la sonrisa de ese huracán de medio metro que es el nieto.

Sin embargo, los enanos sí exigen su nómina diaria de caramelos, que los abuelos menguan con retenciones por travesuras acumuladas.

Los nietos tienen miel en la mirada, canela en la palabra y limón en la intención, son estrategas de primera división. Y por si fuera poco su poder, manejan con maestría un arma infalible, sus lágrimas.

Estos Villarejos en miniatura despliegan todas sus artimañas: "Me callo si me llevas al kiosko".

Y allí, delante del kioskero, cierran sus tratos: un beso, tres paquetes de estampitas; un abrazo, un chupa-chups gigante.

Vale, vale, ceden los abuelos, pero no se lo digas a la abuela.

Al caer la noche, los críos emprenden un largo camino de bostezos hasta la cama, y pegados a éstas, padres y abuelos, pensamos en aquello que escribió Antonio Gala: "…cuando el mismo Dios se sorprende de haber urdido algo tan hermoso como el amor".

Mientras nos retiramos de puntillas para no despertarles, duendes, gnomos y hadas, esperan que salgamos para entrar ellos y fraguar sus sueños.

Desde la puerta entreabierta les decimos muy bajito:

—Que sueñes con los angelitos.

—Mejor con Messi, porfa...

Nos dicen los muy sinvergüenzas, levantando su cabeza cuarenta y cinco grados.

Manolo Martínez

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viernes, noviembre 12, 2021

LOS HIJOS


Que extraña resulta a veces la relación con los hijos. Son las únicas personas a las que empezamos a querer antes de conocerles, incluso antes de verles, cuando acariciamos la  curva de su primer escondite.

Desde esos primeros besos hasta los desvelos de los sábados cuando no llegan y los minutos parecen horas, tenemos la sensación de que sólo han pasado dos telediarios. Toda ha ido tan rápido, que parece que les hemos trasplantado de nuestros brazos a los abrazos de sus novias, o novios.

Los hijos, como los pies, nos llevan de un lado a otro por su cuenta.

Nos sentimos raros cuando recordamos que, en algún momento y en algún lugar,  antes de ser padres, también fuimos hijos. Menos mal, porque esa olvidada realidad es la que nos templa cuando comprobamos que, al aceptar sus errores, nos perdonamos los nuestros, y al contrario.

Aún así, uno no puede desterrar cierta pesadumbre cuando comprueba que, la misma boca que antes rebosaba potitos, hoy cobija un cigarro. Por eso, pasamos de hacer el ruído del motor de un avión con nuestra boca para que rebañara el yogurt, a alojarnos en una tormenta con sus truenos y sus relámpagos, cuando intentamos imponerles nuestro criterio.

Es como si la costurera, al ver los retales en el suelo que ha ido desechando, los recogiera para intentar rehacer el patrón primero, nosotros, porque lo que teme, tememos, es acabar el traje y tener que entregarlo.

                                                              Manolo Martínez

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domingo, noviembre 07, 2021

¡DIOS MIO... UN LUNES!

Tras ese espejismo de 48 horas llamado fin de semana, nos endonan un lunes, y por más que empujamos las horas, nos pasa como a Sísifo con su roca, la rutina se nos viene encima una y otra vez.

Pasamos de la paella dominical a las acelgas. Los lunes son la última croqueta del plato, nadie la quiere. Un comienzo de semana con buen humor es un binomio imposible. Son agua y aceite. Julio Iglesias y Juanito Valderrama. Como que no. Hasta el ordenador tiene mala cara.

Un domingo es un allegro, una bulería, guitarra y palmas. El lunes es un adagio, seguiriya, oboe y arpa.

El domingo tiene la cara de Julia Robert y el lunes de Rossy de Palma. El domingo es un osito panda, el lunes un camaleón que nos dispara su lengua pegajosa a la aorta del ánimo.

Una ofensa inesperada: te deseo un lunes.

En fin, menos mal que, como todo, tiene su principio y su fin, y a la vuelta a casa, mientras nos metemos dentro del pijama, pensamos que con un poco de tele quizás mejoremos el final del día. Pero justo ahí nos dan el último mazazo.  Al conectar la caja tonta, ¡sorpresa!, Belén Esteban. Apaga y vámonos. Nos tiramos de cabeza a la cama y nos zambullimos en el martes... uffff... que trabajito llegar hasta aquí.

Manolo Martínez

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lunes, noviembre 01, 2021

UN BUCHITO, QUE NOS VAMOS


Son las cinco de la mañana y le cuesta tanto trabajo levantar la puerta corrediza, que parece que estuviese cogiendo a pulso los treinta y ocho años que llevo al frente de su tasca.

Valiente negociomurmura el tabernero mientras enciende las luces del local  No tengo sábado ni domingo, ni invierno ni verano. Míralo, ya está aquí el primero de la mañana. Ya voy, ya voy... espera que ponga la cafetera… ¿qué, lo de siempre? Llevo veinte años sirviéndole cuatro copas de cognac cada mañana. Dice que las necesita para subirse al andamio, debe ser verdad, si no ¿por qué se las iba a tomar sabiendo lo mal que le sientan?           

Dicen que al perro flaco todo se le vuelven pulgas. Los psicólogos llaman a las pulgas frustraciones, pero son pulgas porque chupan la sangre y pican en los cojones.             

La mañana se vacia, como la taberna, y durante cinco o seis horas los pensamientos trotan a su antojo, dando coces y relinchando, hasta que aparecen más fantasmas, pero ahora de carne y hueso.

Ponme un buchito, y apúntamelo, le pide el Calabozas.    
El Calabozas tiene los ojos del mismo amarillo que las hojas muertas, y está tan vacío que le basta el instante del sorbo para seguir tirando del carro. El vino se ha convertido en el hilo que le cose un día con otro día.     

El Calabozas recoge el vaso de vino y se encamina arrastrando las alpargatas hasta el patio. Se sienta despacio, agarrándose a la silla de hierro, y se desabrocha la camisa. De un buche se toma la mitad del porte. Luego, se saca un pañuelo arrugado y sucio, y se lo pasa por la frente y por el pecho. El calor aprieta. De otro golpe se toma el resto de la mercancía. El Calabozas  es un filósofo, y siempre repite cuando se meten con él:

Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscamos nuestra casa, sabiendo que tenemos una. No recuerdo quién lo dijo, pero lo dijo.

 Llegada la noche, el tabernero le echa el cerrojo al Calabozas diciéndole:

  Señores, un buchito...que nos vamos.

…entonces el Calabozas, le echa el brazo por encima al tabernero y le susurra al oído:

              —La última Juan…, la última. Y tómate una, tú también la necesitas.

 Manolo  Martínez

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