Es curioso, a medida que los
años corren más deprisa, nosotros vamos más despacio.
Y eso es bueno, porque ahora nos relamemos con cada minuto que respiramos.
¿No os pasa ahora que, cuando atravesáis una calle por la que habéis paseado mil veces, os quedáis mirando un detalle al final de una puerta en el que nunca habíais reparado?¿O que os detenéis en mitad de la tarde y miráis a ningún lugar sin pensar en nada?
No es grave, sólo son los efectos secundarios de vivir sin prisas. Por fin hemos digerido que el mayor regalo es el simple hecho de que todavía andemos por aquí.
De jóvenes nos bebemos la vida de un trago, como si fuera la primera cerveza. Luego concentramos todo nuestro pensamiento en conseguir una estabilidad laboral, un techo propio y formar una familia.
Por último, lástima que sea
lo último y no lo primero, los proyectos dejan paso a la realidad, la única
verdad, el carpe diem, traducido: cerveza con tapa, paseo al atardecer, unas
risas con los amigos, una buena película con pipas Kelia, una onza de
chocolate, un cachito de lo que sea, un helado de vainilla... o no tener que
ponerme en la cola a las siete de la mañana para coger cita, ¡POR TELÉFONO!,
con mi médico.
Manolo Martínez
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