Mientras
agosto huye porque septiembre lo echa a empujones, Carmona se asoma a la Fuente de los
Leones y se echa el agua a puñados en la cara para despabilarse del calor del
verano, como hacían nuestros padres cuando madrugaban para ir al trabajo.
Septiembre anuncia su llegada haciendo ruído,
como los "afilaores" cuando chiflaban sus "flautas de
pan".
Cuando el sol se descuelga por la tarde, se
escuchan las campanas de Santa María llamando para la misa de la novena. Un
poco antes, el Goya, San Fernando, Kisko y Antonio, han sembrado las aceras de
sillas, rodeando a los veladores como si fueran pollitos alrededor de su
gallina.
A eso de las diez, la brisa del anochecer nos
trae la Salve cantada que pone fin a los cultos en honor de la Patrona del
pueblo.
La vida resurge en Carmona después de dos meses
escondida entre las playas y el aire acondicionado, mientras, las tabernas de
la plaza de arriba nos hacen el nido a las aves cerveceras que volvemos después
de haber emigrado con las calores a Chipiona, Sanlúcar o Matalascañas.
Ya hemos llegado a la orilla del otoño
oliendo a gomas de borrar de nata y a la madera de los lápices recién afilados.
Todo vuelve a estar en su sitio: el calor mengua, la noche viene antes, los
niños en los colegios, el trabajo, las calles se llenan de piernas que vienen y
van. Vuelve la vida al pueblo.
Pero aún me falta algo... no sé... me siento
raro. Me tanteo los bolsillos de los pantalones, de la camisa... hasta que
doy con ella.
La primitiva, coño, me faltaba echar la
primitiva, a ver si el próximo verano me voy más lejos todavía.
(Gracias a Fernando Baeza por la foto que encabeza este texto)
Manolo Martínez
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