Cuando yo tenía siete u ocho años tuve el privilegio de escuchar a los mejores cantaores de flamenco. Valderrama, Marchena, Vallejo, La Niña de la Puebla , Caracol, etc. Todos actuaron en la carnicería de mi padre, circunstancia que me tenía mosqueado, ya que mi padre, no era ningún señorito adinerado, que pudiese pagar las millonarias minutas de aquellas figuras, aparte de que tampoco entendía, cómo se rebajaban tanto, y pasaban, de actuar en los mejores teatros de España y del mundo mundial, a cantar en una carnicería de barrio. Había una serie de pormenores que no me cuadraban. Por ejemplo, nunca ví colas en la carnicería para verles, cuando yo estaba harto de observar en el NODO, las interminables filas que Antonio Mairena, o La Niña de los Peines, convocaban ante cualquier actuación suya. Otra cosa que mi entendimiento no alcanzaba, era como había días, muchos días, en los que cantaban casi todos los nombrados a la vez. Pero ¿cómo podía mi padre arreglar las agendas de tanto número uno y hacerles coincidir a todos, seis días a la semana? Al que más contratos hizo, fue a Pepe, el niño de Marchena. Pepe hizo tantos bises en la carnicería de “Los cuatro muleros”, que yo veía, en sueños, .” aldelamulatorda, mamita mía, quesmimario, quesmimarío…” En fin, de todo lo aquí dicho, lo que más me aturdía, era el no poder ver, nunca, a ninguno de los cantaores. Como lo oyen, yo les escuchaba perfectamente, pero, por más que recorría las distintas estancias de la carnicería, jamás pude verles la cara. Yo esperaba escondido, tras una mesa, a que mi padre despachara, para buscar a los flamencos. Sabía que Marchena y Valderrama eran chiquitillos, por eso, yo miraba entre los solomillos y las costillas, que colgaban de los ganchos en la cámara frigorífica, o rebuscaba entre los paquetes de menestras congeladas, pero nada, no hubo forma. Pasados los años, mi padre me descubrió el secreto y recóndito tablao. Era rectangular, negro, con un cuerno, metálico y retráctil, y muchos botones. Se llamaba radiocassete. Desde aquel descubrimiento, absolútamente mágico, le debo a mi padre, el poder contratar, yo, a diario, y pese a mi nómina, a Serrat, a Fito y a Sabina. A veces me pongo exquisito, y meto en mi cuarto de baño a Puccini, o a Bach. En mi cocina, Rosario le canta a diario a mi mujer, mientras ésta, urde estupendas recetas, y a Drexler, Jorge, le siento en mi coche, y le dejo que me alegre la vida, mientras miro pasar a los transeúntes. Es un gustazo, esto de contratar a los mejores, sin tener que pagarles.
4 comentarios:
oiga! No sea subversivo.
SGAE
Que bonito Manolo…. Un trasto como el de tu padre tengo en la cocina, pero el pobre le falta poco “pa llora” hemos olvidado que esta, la tele le ha robado el protagonismo…cuidado que no te oigan los de las GAES, que en el coche si esta en la calle es un sitio publico.
Coincido en los gustos de los cantante…. Pasión vega me encanta.
Saludos
bonito recuerdo de la niñez y sobre todo de tu padre y de esa carniceria de la que tengo tantos recuerdos
Un dia fuí a ver un partido de futbol. No iré mas, la tele es genial... GalpagarI
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