CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


domingo, marzo 22, 2020

8º día de confinamiento. Ahora es mi cabeza la que anda y corre


   Ahora me da tiempo a pensar lo poquita cosa que somos, pero de verdad, ya no es una frase hecha de las que tecleas en Google y te salen doscientas mil citas. Hoy es que miro por la ventana y no entiendo nada. Por ejemplo, nunca fue triste que toda la familia estuviera en su casa, ahora lo es. Antes, una calle vacía de gente era relajante, en estos momentos es inquietante. Hace no mucho dábamos un aplauso para publicar nuestra alegría, ahora, cuando  aplaudimos todos los días a las ocho de la tarde, resuena en nuestro ánimo como un miércoles de ceniza. Ir a comprar el pan es como ir a la UCI, necesitas mascarilla y guantes, y mirar de reojo a tu alrededor para que nadie invada tu metro de seguridad, y  cuando llegas a casa te lavas las manos con la misma frecuencia que si tuvieras un TOC. Ahora es cuando le estamos viendo las orejas al lobo.

 Y reculo de nuevo, y me envuelvo en otra frase de toda la vida como si fuera la bandera de mi ánimo en estos jodidos días, y recorro mi casa con la frasecita amarrada a mi boca y repitiéndola de manera cansina, como hacía mi padre cuando la suspiraba más que decirla, aquella tan manoseada de “y luego queremos sacarnos los ojos unos a los otros, seremos tontos”. 

  Y me siendo un rato. Estoy gastado de tanto pensar. Cojo el libro con el que ando liado, saco el marcapáginas, (que es una estampita-vacuna que me ha regalado Andrés Manuel López Obrador, Presidente de Méjico, al que conocí hace unos días cuando entró en mi casa por la puerta del telediario), y prosigo la lectura de “La invención de la soledad” de Paul Auster, por dónde la había dejado, y en la que el autor se refería a su padre así:

 “Toda su vida soñó con ser millonario, con ser el hombre más rico del mundo. En realidad no era dinero lo que quería, sino lo que éste representaba: no sólo éxito a los ojos del mundo, sino una forma de hacerse inalcanzable. Tener dinero significa algo más que poder comprar cosas, significa que nada en el mundo puede afectarte. En ese caso el dinero es un medio de protección, no de placer. No quería gastarlo, quería tenerlo, sólo quería saber que estaba ahí. A veces su resistencia a gastar dinero era tan grande que parecía una enfermedad”

  Cierro el libro, no sin antes dejar la estampita-vacuna avisándome de dónde dejé la lectura, y sigo con mis pensamientos (me voy a volver loco en este confinamiento), y pienso en los padres de Paul Auster, ¿de verdad se creen que el dinero les protege?

En situaciones como las que vivimos admites, estaría bueno, que el dinero es necesario, pero como tantas cosas en la vida, nunca jamás como ellos, los padres de Paul, piensan. Entiendes, en tantos días enclaustrados, que las cosas realmente precisas nunca son necesarias en exceso. A nadie le hace falta beber más agua de la que su organismo demanda, ni comer por encima de lo que su estómago admite, ni siquiera inspirar más aire del que sus pulmones pueden procesar. Hasta amar en demasía perjudica seriamente la salud. El agua, las viandas, el aire y el amor son vitales, pero en la dosis que nos receta el universo. Igual ocurre con el jodido dinero, acaba perdiendo su verdadero valor cuando uno considera que nunca es suficiente el que tiene. Ahí ya empieza la adicción, que como todas las dependencias, causan siempre más dolor que placer, y a la larga te mueres, si no tu cuerpo, siempre fallece tu alma. Y ya me dirán ustedes ¿qué coño eres sin alma? Como mucho puede que seas lo que decía Miguel Hernández, aquello de “en un trozo de carne cabe un hombre”

(Mi mujer me regala el oído tras leer este artículo: - Hijo, eres la alegría de la casa)

                                                                                                        Manolo Martínez

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