Desde mi ventana lo veo todo. Descubro mochilas con piernas, que peregrinan cada mañana a los colegios, en busca de un futuro incierto. Oteo nubes, que hacen de paraguas, y nos protegen de los primeros chaparrones de sol. Veo bombonas de butano, que escudriñan por los portales, buscando el cambalache (me llevo la vacía y te dejo la llena), ojalá fuera la vida una de estas bombonas que se reponen cuando se agotan, cada sábado a media mañana. Veo cartas que saltan desde la moto al estómago de los buzones. Desde mi ventana observo la hierbabuena, que acuna su aroma, hasta que, de noche, suelta amarras y navega por el blanco mar de un buen plato de puchero. Aunque es pequeña, mi ventana, me lo muestra todo. Me enseña docena y media de carros de la compra colmados de azúcar, sonrisas, pan, media docena de abrazos frescos, verdura y cuarto y mitá de besos. No me canso de mirar por mi ventana, veo tantas cosas….me tropiezo, entre sus barrotes, reflexiones, cavilaciones que se desbocan como un potro de dos años, y que no atienden a las riendas de la voluntad, ni al castigo del serretón, aunque le partan de un golpe el alma. Desde mi ventana veo marcharse este maldito verano, que me dejó mi casa llena de frío. Iba a cerrarla, ahora que llega el invierno, pero mi padre me enseñó, con su vida, que las ventanas, como los corazones, siempre deben quedarse abiertas, para que pueda entrar todo el que así lo desee, desde la Gloria del rocío matutino, hasta el Angel de la guarda.
(A José Martínez Castro, un hombre bueno.)
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