CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


sábado, agosto 15, 2015

El balcón embustero

Tenía las piernas tan largas como la risa de un niño. Todas las tardes, a la hora de la merienda, se contoneaba, delante de su balcón, dejando que su minifalda ardiera en su frente. Gumersindo la aguardaba sentado, junto a la mesa camilla, escondido tras la organza del visillo. Una rebanada de pan, untada de nocilla, le añadía años al trazarle un bigote de chocolate en cada mordisco. Cada tarde se repetía el ritual, justo cuando el cuello de Gumer trasladaba su cabeza hasta la frontera del cristal del balcón, aparecía su madre, por detrás y, de un guantazo, hacía que su frente chocara contra el vidrio mientras le inquiría:
- ¿Qué miras?
- Nada, mamá, nada (la aliviaba Gumer tras su mentira)
Treinta años hicieron falta para que aquella visión de infinitas piernas subiera las escaleras de Gumersindo, se quitara la minúscula minifalda y se pusiera la bata de guatiné, tres docenas de rulos encima de la cabeza y, por las tardes, se estacionara detrás de él para atizarle en la nuca, aplastándole el cigarro contra el cristal del balcón, mientras le espetaba:
- ¿Qué miras?
- La vida,  mi amor, la vida...

Aquel balcón le había mentido. Quién ahora tenía tras su espalda nada tenía  que ver con aquella que se lucía allá abajo en la calle del deseo. Por eso, Gumer, cada tarde se sigue asomando a su balcón, buscando a aquella muchacha que tenía las piernas tan largas como la risa de un niño.

No hay comentarios:

quizas te interese

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...