Mi padre no era James Stewart, mi padre era George Bailey.
La gente le llamaba Pepe, pero era George Bailey. Buena persona, amante de su familia, generoso hasta el límite, trabajador e incapaz de guardarle rencor a ningún señor Potter que tuviera la desdicha de hacerle el mal.
Su Ángel, y nieto, le recordaba a diario de pequeño cuando, por la noche, se ponía el pijama en la forma en que le enseñó su abuelo: remetiéndose la camiseta por dentro del pantalón del pijama, alcanzando éste casi las axilas, al estilo cachuli.
Precísamente ahora que no está mi padre, y su abuelo, es cuando más está.
Con la navidad echándonos el aliento a hojaldrinas Mata y anís los Hermanos, quitémonos de encima, pero con la elegancia que lo hizo James Stewart, a los señores Potter que todos tenemos que sufrir en algún momento de nuestras vidas, y arrimémonos a tantos George Bailey que, de seguro, todos tenemos muy cerca y no les vemos.
Como escribió Frank Capra hace ochenta años, y procedió toda su vida mi padre:
— "Feliz Navidad, señor Potter".
Manolo Martínez
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