Que hermosa edad ésta en la que uno ya se resiste a casi todo, como hace el caballo cuando le intentan poner el arnés en la cabeza, cuando por fin entiendes, que nada es tan importante como para dejárselo poner.
Esta edad en la que uno se desamarra, abandona el puerto seguro y se echa al mar a inspirar la sal de las tardes, aún a sabiendas de que la mar está viva, y en cualquier momento, los días de calma chicha, pueden ser días de olas que te arrastren hasta el fondo.
La edad en la que uno deja de posar para mirarse al espejo, desnudo, sin complejos, teniendo claro que somos lo que vemos en el cristal, no lo que quisimos o creímos ser.
Esta edad en la que te liberas de repensar lo que vas a decir, de repeinar las palabras para que ninguna se caiga de tu boca a una oreja maliciosa.
La edad en la que uno da un paso tras otro sin mirar abajo, como el funambulista, porque ya viste, en otros que te precedieron, que no hay arriba ni abajo, sólo hay distintos caminos.
Y que todos esos caminos te llevan al mismo sitio, y no es Roma.
Por todo esto, Sergio, estuvimos de acuerdo, en las pocas pero enjundiosas palabras que intercambiamos, que no hay dinero que pague el tiempo.
Esa falta de tiempo que no nos permitió
compartir una cerveza.
Me tomaré esas dos cervezas ahora, la tuya y la mía, pero las dos serán a tu memoria.
Manolo Martínez
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