Da igual la excusa inventada, o real, la sempiterna coletilla final aparece:
—…pero Josemari, pon la última —mientras ese sabio que hay detrás de la barra y que conoce a la clientela como si la hubiese parido, sonríe a medias, como diciendo “lo mismo que dijiste hace un rato y ya van tres últimas”.
El Tota es un bar de toda la vida, de los que no necesita Estrellas Michelín porque ya tiene las "TRES C”: Cerveza bien fría, Cocina tradicional y Conversación en cualquier esquina de la barra.
Ir un ratito al Tota es aparcar los aprietos del trabajo, y de la rutina diaria, mientras esperas que Paqui, la mujer de José María, haga magia con un puñado de arroz y otro de higadillas, amarrándonos a la barra como el que se amarra a la vida.
Tortilla, calamares, lomo con tomate, la alineación del Betis, o la contada de años que hacemos los mortales, entre copa y copa, para averiguar cuánto nos queda para llegar a ese incierto solar que es la jubilación, en el que ya se han empadronado algunos de los que por allí campan a sus anchas, y del que ninguno habla mal.
Todo esto puedes encontrarlo en esta taberna que tiene el sabor de aquellas a las que acompañabas a tu padre a tomar café, cuando te arreguinchabas a la barra, dando un salto, para pedirle al camarero “UN Fanta”, y el mesonero te ilustraba:
—UNA Fanta, niño…se dice UNA Fanta.
Manolo Martínez
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